Es ésta una especie de procedencia americana, y por lo tanto rarísima aquí (se trata de la primera cita para el sur de Europa).
Partimos a la una de la madrugada del día 7 de febrero de 2010. La intención era recorrer durante la noche los 700 km que separan al pueblo de El Albujon, en Murcia, de la ciudad de Barcelona. No iba la ornitosecta al completo (faltaba Dani), pero sí venía el futurible Adrián, que con trece años empieza a apasionarse por la fauna como ya lo hacemos Cristina y yo.
Tras un par de paradas para dormir un poco (y tras escuchar seis CDs de música heavy durante el viaje) llegamos a nuestro destino ya de día. Tras un par de titubeos Cristina lanzó el grito de guerra de la ornitosecta.
- El veig!






En efecto, junto a una balsa de riego cercada descansaba en un cable el causante de nuestro éxodo.
Hay gente que me ha preguntado durante estos días como era posible que hubiera un único ejemplar de una especie de pájaro en un sitio concreto, que alguien lo encontrara, que el avistamiento llegara a mis oídos, y que tras decidir ir hacia allí hubiéramos podido encontrar al ave.
La respuesta es muy sencilla: la tecnología es una herramienta maravillosa cuando eres naturalista de campo. Internet y el navegador GPS para el coche hicieron posible el logro del Ceryle alcyon (y el de otros "bimbos" antes de éste). Existen multitud de páginas web que informan de la situación de las especies interesantes.
Una vez localizado el lugar exacto solo hace falta ir para disfrutar de estas aves. Pero siempre dentro del respeto a la fauna, la flora, el medio en el que se mueven y las personas con las que conviven.
Otro punto a tener en cuenta es el siguiente: a menudo las aves no se mueven de un lugar durante días, a veces semanas e incluso hasta meses.
En cuanto a lo de que hubiera solo un ejemplar, como ya he dicho se trata de una especie americana, y por lo tanto una rareza aquí. ¿Cómo se perdió esta ave? ¿Cómo llegó hasta aquí? ¿Cómo cruzó el Atlántico? Probablemente lo hizo a bordo de un barco. Quizá se detuvo a descansar en él y éste la trasladó hasta Europa.
Así pues en la mañana del domingo día 7 disfrutamos de nuestro martín alción, o martín gigante norteamericano. El lugar, un llano con huertos, campos de cultivo y algunas balsas y canales de agua era propicio para explorar con la mirada hasta la lejanía.
Esto nos permitió controlar sin muchos problemas los movimientos del martín, que se mostraba bastante confiado, en contra de lo que habíamos leído días antes cuando nos informábamos sobre el ave. Por miedo a molestarlo y asustarlo habíamos comenzado la observación a bastante distancia, pero tras comprobar por el telescopio que el ave toleraba sin problemas la presencia de varios paseantes de a pie decidimos aproximarnos más, lo cual nos permitió también inmortalizar el momento.
Como buenos ornitosectarios no descuidamos tampoco la observación de otras aves del lugar, como las cogujadas comunes (Galerida cristata), los estorninos negros (Sturnus unicolor), las lavanderas blancas (Motacilla alba) o los alcaudones meridionales (Lanius meridionalis).
Cogujada común (Galerida cristata)

Alcaudón meridional (Lanius meridionalis)


Tuvimos otras sorpresas agradables, como un bando de veinte alcaravanes (Burhinus oedicnemus) en vuelo, o las dos primeras cigüeñuelas del año (Himantopus himantopus).
Cumplido el objetivo del viaje y satisfecha nuestra curiosidad decidimos abandonar El Albujón hacia el mediodía, para probar suerte en las estepas del norte de la provincia, a caballo con Albacete, para intentar ver avutardas (Otis tarda), gangas (Pterocles alchata) y ortegas (Pterocles orientalis).
Hicimos una parada en unos campos situados entre los pueblos de Montealegre del Castillo y Yecla, y como suele ocurrir cuando la ornitosecta actúa, tuvimos suerte: un bando de dieciocho avutardas (Otis tarda) pacía con toda tranquilidad, ajenas a los telescopios y prismáticos que las enfocaban. No osamos en cualquier caso aproximarnos en exceso, por miedo a molestarlas.
Avutarda (Otis tarda).





El lugar nos deparó además varios grupos de calandrias (Melanocorypha calandra) y de pardillos (Carduelis cannabina). También pudimos contemplar un macho de aguilucho lagunero (Circus aeruginosus), alejado de las marismas, su hábitat más típico, y otras rapaces como cernícalo vulgar (Falco tinnunculus), ratonero común (Buteo buteo) y milano real (Milvus milvus).

Pudimos ver también algunas avutardas más volando en la lejanía, incluido un bando de siete ejemplares. Pero lo que más nos excitó fue oír el canto de las ortegas, aunque no llegamos a verlas. De vez en cuando el peculiar sonido que emiten estas aves llegaba a nuestros oídos sin que llegáramos a observar ni un solo ejemplar.
Anochecía ya y decidimos buscar un lugar tranquilo para dormir en el vehículo. Conducíamos por una pista de tierra y pasamos junto a un precioso mochuelo (Athene noctua) que nos miró con cierto interés desde su oteadero, una roca situada junto al camino. Poco después comprobamos que el mochuelo allí era abundante, pues se oían los incansables grititos de estas pequeñas y bellas rapaces nocturnas.
Una vez escogido el lugar nos decidimos a pernoctar soportando el frío lo mejor que pudiéramos.

