Brasil 2017: Jaraguá do Sul - Joinville

21 de agosto del 2017.

Un día más en Jaraguá do Sul.

Aquella mañana Óscar y Henrique tenían que realizar unas gestiones. Sílvia, Pili y yo íbamos a acompañarles, aunque no entraríamos con ellos en las diversas oficinas que debían visitar. Les esperaríamos fuera.

Caminar por las calles de Jaraguá me dio la oportunidad de usar los prismáticos de vez en cuando. Como ya pude comprobar en días anteriores, había una gran variedad de aves en el casco urbano: plataneros (Coereba flaveola), bienteveos (Pitangus sulphuratus), chirigües (Sicalis flaveola), vencejos cenicientos (Chaetura cinereiventris) y otras muchas especies.

Vista desde el apartamento.


Antiguos nidos de hornero (Furnarius rufus), una maravilla arquitectónica y visual.


Coereba flaveola - Platanero - Bananaquit


Pájaros por todas partes.


Pitangus sulphuratus - Bienteveo común - Great kiskadee


Pygochelidon cyanoleuca - Golondrina barranquera - Blue-and-white Swallow

Hice un hallazgo alucinante. Descubrí nada más y nada menos que un nido de Amazilia fimbriata, un tipo de colibrí. Se hallaba a muy poca altura, en la rama de un arbolillo, totalmente al alcance de la mano, pero parecía que los transeúntes lo respetaban, o tal vez simplemente ni siquiera habían reparado en él.

El nido era una minúscula tacita fabricada con hojas dentro de la cual apenas cabía el colibrí. Disfruté mucho y conseguí sacar unas cuantas fotos antes de que mis compañeros me arrancaran las raíces que ya estaban echando mis pies en la acera.

Visitamos una librería espectacular, alta, oscura y larga, con las mesas y las paredes repletas (hasta el techo) de libros antiguos. En aquel curioso lugar podías tomarte un zumo, y yo me pedí uno de piña con menta que resultó ser un acierto absoluto, una auténtica delicia.


Amazilia fimbriata - Amazilia listada - Glittering-throated Emerald

Esperamos sentados en un banco de una plaza a que Óscar y Henrique terminaran con sus papeleos. En los árboles del centro de la plaza se movían eufonias y tangaras.


Euphonia violacea - Eufonia violácea - Violaceous Euphonia


Thraupis palmarum - Tangara palmera - Palm Tanager

Jaraguá do Sul era un lugar pintoresco. Los carteles de los comercios eran bastante grandes e incluso exagerados, con grandes logos y letras y con vivos colores que llamaban la atención. Las calles anchas y la baja altura de las casas ayudaban a crear una sensación de agradable amplitud espacial. Se veía mucho cielo, y yo lo agradecía. Otro aspecto destacable de las poblaciones que íbamos visitando (y Jaraguá do Sul no era una excepción) era la religión, omnipresente en forma de iglesias. 


Calles anchas y cables. A mí personalmente me recordaba algunas películas que había visto ambientadas en Estados Unidos.


Una top-model. Trás ella, una revista.

Como no podía ser de otra manera, comimos en un buffet libre, en este caso en uno perteneciente a un amigo de Henrique. Y tras la siempre interesante sesión de gastronomía llegó un momento aún más interesante (desde mi punto de vista, claro): decidimos coger el coche para subir a visitar la Chiesetta alpina, una iglesia situada en lo alto de las montañas cercanas y considerada un monumento a los inmigrantes. Situada en plena naturaleza y rodeada de bosques, parecía un objetivo apetecible. La excursión prometía.

Mientras ascendíamos yo vigilaba atento a través del cristal de la ventanilla. Pero el bosque no me dejó los árboles. Digo, las aves. Pasamos junto a un cartel que indicaba un desvío hacia un lugar en el que poder practicar ritos religiosos de vudú. Seguimos nuestro camino hasta llegar al templo.

La vista era impresionante y decidimos hacernos unas fotos. Yo aparecí en algunas, pero mientras mis amigos seguían posando para completar el book yo aproveché para enfocar la cámara hacia otro lado, ya que acababa de bimbar una cotorrita: Forpus xanthopterygius. Se hallaba en las ramas más altas de un árbol situado en el lindero del cercano bosque.


Sílvia, Pili, Henrique y Óscar.


Forpus xanthopterygius - Cotorrita aliazul - Blue-winged Parrotlet

Pero eso fue todo. La visita fue corta y de nuevo emprendimos la marcha. Descendimos con el coche de nuevo a Jaraguá y desde allí nos encaminamos hacia Joinville, una gran ciudad situada a unos 50 km al noreste, y por lo tanto mucho más cercana al mar. El plan era visitar otro parque. Yo ya no sabía si tener esperanzas o no. La palabra parque comenzaba a ser una incógnita ornitológica para mi. Un enigma con resultados decepcionantes a veces, altamente satisfactorios en otras.

Y una vez más, como en días anteriores, tuve que soportar la tortura de atravesar con el coche arrozales llenos de limícolas sin poder echarles más que un rápido vistazo a través de los cristales. Tan solo puede identificar la cigüeñuela cuellinegra (Himantopus melanurus según algunas listas, H. mexicanus melanurus según otras).


Fotos desde el coche en movimiento. Aunque no se aprecia, había mucho movimiento de aves.

Llegamos a Joinville. Resultó que el parque era algo así como la montaña de Montjuïc en Barcelona: tal cual, una carretera asfaltada que debía recorrerse a pie y que me recordaba mucho a la subida del famoso castillo de la capital catalana. Era el Morro da Boa Vista. No era un simple parque urbano. Era una auténtica montañita y yo iba a ascenderla a pie. Mis ojos chispeaban. La mejor manera de detectar aves es yendo a pie.


En Joinville también estaba muy presente la religión, como en todos los pueblos y ciudades que visitamos.

Nada más aparcar, al pie de la subida y junto al coche, conseguí uno de los bimbos que más ilusión me hizo, por lo inesperado, ya que no contaba mucho con él; también por la dificultad que a priori pensaba que representaría su identificación, pero que al final resultó ser prácticamente inmediata; y también porque era un ave que había visto en la guía en días anteriores y que por lo tanto me era conocida antes de la observación. Uno de los pocos casos de aquel viaje. Así de buena fue la observación del Aphantochroa cirrochloris, un colibrí de colores algo apagados pero que, como ya he dicho, llenó mucho mis niveles de satisfacción ornitológica.


Aphantochroa cirrochloris - Colibrí apagado - Sombre Hummingbird

Intenté que mi ascensión fuera en algunos tramos a paso de ornitólogo, es decir, lenta. No podía ir muy rápido si quería ver algo, pero tampoco muy despacio si no quería quedarme rezagado. Por supuesto, rápidamente mis amigos me dejaron atrás. Mi actitud perezosa fue recompensada con otra auténtica joya: Picumnus temminckii, otro temminckii para mi lista particular, después del correlimos de Temminck (Calidris temminckii), especie que había observado en varias ocasiones en los deltas del Llobregat y del Ebro. Nunca pensé que tendría dos temminckii en mi lista. Éste se trataba de un pequeño pájaro carpintero que me hizo sudar, pues antes de conseguir verlo estuve varios minutos simplemente oyendo unos golpecitos contra la madera de los troncos, repiqueteo que me hacía pensar en un ave como el trepador azul, hasta que comprobé que no iba muy desencaminado.

Aquella minúscula preciosidad se dejó fotografiar en la penumbra de las hojas permitiéndome conseguir unas imágenes tan testimoniales como valiosas para mí.


Picumnus temminckii - Carpinterito cuellicanela - Ochre-collared Piculet

Me puse las pilas y di un arreón final. La pendiente era fuerte pero mis piernas estaban poseídas por la energía del bimbero recién satisfecho. Con paso alegre y potente alcancé la cima y el mirador desde el cual mis amigos contemplaban los manglares. Sí, manglares. Ni que fuera de muy lejos, ya podía decir que ya había visto con mis propios ojos uno de las hábitats que más me habían llamado la atención en los documentales de la televisión. Escruté con los prismáticos en busca de aves que los sobrevolaran: tal vez algún bando de ibis rosado, fácilmente detectables.

Pero mi suerte parecía agotada por aquel día y no hubo más grandes sorpresas. Grandes, porque de las pequeñas sí hubo alguna más: durante el descenso mis amigos volvieron a adelantarme y a dejarme atrás. A estas alturas ya conocían la definición de "caminar a paso de ornitólogo".

Tuve que trabajar duro de nuevo. Un grupito de unas cinco o seis pequeñas aves se movía en las copas de los árboles, a bastante altura en mi vertical. Con los prismáticos pude observar a uno de los ejemplares. Tenía las mejillas coloradas y de vez en cuando emitía un reclamo que me recordaba al del reyezuelo listado que tenemos en Europa. Era regordete y tenía pico de insectívoro. Estuve un buen rato esperando que descendiera a alguna rama más cercana, pero no lo hizo. Finalmente, acuciado por la marcha de mis compañeros tuve que conformarme con aquella pésima observación y me puse a andar para intentar alcanzarlos. Sin embargo, a pesar de las pocas pistas que me había dado el avecilla (el reclamo fue clave), pude identificar la especie: tangara militar (Tangara cyanocephala), un nombre tal vez no muy agraciado, ni tampoco muy adecuado para un animal tan bello.


El descenso. Sílvia también buscaba aves. O eso creo.


La frondosa vegetación flanqueaba la carretera.

Llegamos hasta el coche. Habíamos aparcado junto al lago del Zoobotânico Joinville. En las isletas descansaban los capibaras junto a un grupito de monos y alguna polla de agua (Gallinula galeata). Tras las fotos de rigor nos pusimos en marcha para volver a Jaraguá do Sul. Ya oscurecía.

En Jaraguá fuimos a un restaurante a cenar un maravilloso rodizio de pizzas: sentados a la mesa, tan solo debíamos esperar a que pasaran los camareros. A cada viaje se presentaban con un tipo de pizzas distintas y podías degustarlas tantas veces como quisieras: dulces y saladas; de carnes, de quesos, con chocolate, etc. Otra maravilla culinaria más de aquellas tierras.

Era nuestra última noche allí. Al día siguiente partiríamos hacia el sur.

Comentarios

  1. Ostras Jordi,me estoy aficionando a tu blog,y eso no es difícil,con relatos como este.Por cierto,las fotos no están mal del todo��

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  2. Muchas gracias Antonio, me alegro de que te guste.

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