Israel: 21-03-2022, Holland Park

21 de marzo del 2022.

Quedamos a las 5.45 de la mañana en el vestíbulo del hotel.

La noche anterior, mientras me duchaba, descubrí que necesitaba comprar champú para el pelo. No lo había traído conmigo en mi equipaje, y dado que tengo el cabello más largo que Conan, y además rizado, se me enreda con facilidad tras un día de actividad campestre. Si no lo desenredo rápidamente con la ayuda de una generosa dosis de suavizante se me pueden llegar a hacer unos nudos tremendos.

Mis compañeros de habitación, Jaume y Eduard, me prestaron amablemente su champú, pero como yo no quería estar una semana entera abusando de su generosidad, decidí realizar algunas compras.

Fuimos a desayunar a nuestra panadería/tienda/supermercado habitual (no la de la esquina, la que abría 24 horas al día, ya que seguía cerrada) y aproveché para buscar algo adecuado para mi melena. Pero, por supuesto, todo estaba etiquetado en hebreo. Al final descubrí algo que me sonaba: H&S. En el envase aparecía la leyenda "2x1", así que deduje que sería un champú con acondicionador. Además aparecía una hoja de menta o algo similar dibujado en la botella. Seguro que olía bien. No lo dudé y lo compré, junto con algo de bollería y un delicioso café. Resultó ser una mala decisión, como se verá más adelante.

Así se las gastaban en aquella tienda. No llegué a probar ninguna de estas bombas, me limité a cosas más terrenales.

Desayuné junto a mis compañeros en las mesitas que había fuera del local. Desde allí pudimos contemplar a los habituales cuervos caseros, tórtolas senegalesas, cotorras de Kramer...

Se iniciaba una jornada más de birdwatching.

No hace mucho leí en un libro de Gerald Durrell (titulado en español "Viaje a Australia, Nueva Zelanda y Malasia", y "Two in the Bush" en su versión original en inglés) como, en el momento en que le entregaban un montón de papeles planificando la expedición, el bueno de Gerald caía en el temor de que ésta se convirtiera en algo que para él era horrendo: la excursión con guía.

Lo cierto es que estoy muy de acuerdo con él. ¿Por qué, entonces, viajé con Ferran y su empresa ICARO BIRDING EXPERIENCE a Israel para seguir una ruta escrita sobre el papel para ver aves en Israel, como si estuviéramos siguiendo el itinerario recomendado para visitar un museo? La explicación es sencilla, y no es otra que optimizar la relación tiempo/gasto de dinero/número de especies observadas.

Si yo hubiera viajado por mi cuenta a Israel, habría partido con varias desventajas: desconocimiento de los mejores lugares, de los mejores horarios, de las costumbres del país y de la burocracia necesaria.

Por supuesto, podría informarme antes de ir, prepararlo todo. Podría consultar páginas webs o preguntar a amigos que ya hubieron estado allí antes para conseguir información de rutas, papeleo, etc. Sin embargo, por una vez en la vida quería probar la experiencia (muy adecuado el nombre de tu empresa, Ferran) de visitar un país lejano con un guía conocedor del terreno, una persona que nos sirviera las aves en bandeja, que tuviera ya establecido un itinerario dentro un calendario concreto adecuado para sacar el máximo partido a la expedición.

Y no me arrepiento. Escribo en el blog, por supuesto, a posteriori, y estoy más que satisfecho del resultado final: me fallaron muy pocas especies (como la curruca árabe, perdida de triste manera, como se verá en otra entrada), pero aparecieron muchas otras con las que no contaba, así que el balance es claramente positivo.

Eso sí... Debo reconocer que, hablando de satisfacciones, en cuanto a subidones se refiere, nada puede superar de momento las sensaciones obtenidas en aquellos viajes en los que dejaba mucho en manos de la aventura. Y la imagen que más a menudo me viene a la mente cuando pienso en esto es la del pequeño grupito de árboles que encontré justo al final de una callejuela de Crissiumal (la crónica, aquí), en Brasil, sin ningún tipo de información, cuando tímidamente hice mi primer intento de pajarear durante mi visita a aquel país en el año 2017. En mi retina quedarán para siempre grabados el cardenal, la tangara sayaca, la tangara de antifaz, etc. que aparecieron en aquellas ramas para mi deleite, que surgieron de la nada y engrosaron mi lista en apenas unos minutos, mientras yo disfrutaba en solitario en aquel bosquecillo brasileño sin que ningún humano apareciera por allí.

A las 6.25 iniciábamos nuestra andadura por Holland Park.

El fuerte viento, siempre molesto cuando te dedicas a la observación de aves, no era el mejor acompañante. Sin embargo, aparcamos cerca de la entrada y allí mismo pudimos disfrutar de algunos bulbules que se alimentaban en unas bonitas flores amarillas, tintadas a juego con las infracoberteras caudales de estos pájaros.

Holland Park es, tal y como indica su nombre, un parque. No una reserva protegida, sino realmente un parque urbano pero con vegetación totalmente autóctona y un aspecto totalmente naturalizado. Las acacias y los espinos le daban un encanto peculiar a esta pequeña superficie situada en las afueras de Eilat.

En mi listado particular anoté en hora y media de paseo treinta especies distintas de aves (y un mamífero, ¡una liebre del Cabo, Lepus capensis!), entre las cuales estaban algunas tan interesantes como el suimanga palestino, el gorrión moruno, la curruca mirlona oriental, el mosquitero oriental, el prinia grácil, la curruca zarcerilla y otras muchas más sobre las que hablaré a continuación.

Primeros metros.

No parece gran cosa, ¿verdad?

Por su pequeñez, inmediatez, aspecto y, sobre todo, por la gran cantidad de especies distintas que acogía, se convirtió rápidamente en uno de mis lugares favoritos de todo los que habíamos visitado desde que iniciamos el viaje. Nos hallábamos en un pequeño paraíso ornitológico.

Nada más llegar nos topamos con una collalba. Dado la gran cantidad de posibilidades que presentaba este grupo, nos mirábamos cada ejemplar con lupa. Resultó ser una collalba rubia oriental (Oenanthe melanoleuca).

Collalba rubia oriental (Oenanthe melanoleuca).

El día anterior habíamos podido ver nuestra primera curruca de Rüppell. En Holland Park quedamos extasiados (pero nunca saturados) con las buenas observaciones de esta avecilla de blancos bigotes. Despertó nuestro interés nada más ser detectada pero, tras realizar cientos de fotos a los varios ejemplares que pululaban entre los espinos, desviamos nuestra atención y nuestras energías hacia el resto de habitantes de los matojos.

Curruca de Rüppell (Curruca ruppeli).

El premio gordo llegó en forma de gallinácea: ¡la perdiz desértica! De tamaño y costumbres semejantes a nuestras perdices rojas, tiene una coloración algo discreta. Destaca en ella una pequeña mancha blanca ovalada que parte del ojo, oscuro, y se alarga hacia atrás, como si fuera una extraña lágrima arrastrada por el viento. El pico, anaranjado brillante, no es muy visible, sin embargo, en el monótono hábitat que ocupa. Sus partes superiores son bastante lisas y son muy semejantes a las piedras por entre las cuales camina con parsimonia.

Encontramos un ejemplar que nos vigilaba con cierto hastío desde una ladera cercana. Parecía como si le diera pereza abandonar su posición, pero tras demostrarle nosotros el interés que un paparazzi destinaría a una modelo de alta costura pillada durante sus vacaciones, decidió deleitarnos con unos lentos pasos de ascenso en busca de un lugar con menos mirones.

Bimbo número 32: perdiz desértica (Ammoperdix heyi).

Tuvimos que cambiar de posición, ya que los arbustos que teníamos enfrente nos la iban a ocultar, y allí pudimos comprobar el poder del camuflaje que ostentan algunas aves: a pesar de no haber volado, a mí personalmente me costó horrores relocalizarla. Resultaron ser dos ejemplares, pero en ningún momento repetimos una observación tan buena como la primera.

Detectamos también camachuelos trompeteros, y cuando nos aproximábamos al final del parque, punto en el que daríamos media vuelta, encontramos también en un arbusto un zarcero pálido (Iduna pallida) que no se dejó fotografiar. Tuve que "conformarme" con disfrutarlo con los prismáticos. Era el bimbo número treinta y tres. Las especies nuevas se habían resistido un poco aquella mañana, pero un día más volvían a caer. El caso del zarcero pálido me ilusionaba especialmente por motivos varios, entre los cuales se hallaba el hecho de que, al igual que la collalba rubia, se había "esplitado" (separado en dos especies) recientemente y sin embargo yo no había contemplado nunca ni al occidental ni al oriental.

Final de Holland Park.

Mientras regresábamos las currucas de Rüppell volvieron a portarse bien. Aunque con tanto espino aún no sé cómo conseguí enfocarla.

Un pequeño vídeo:

Retrocedíamos sobre nuestros pasos, en dirección a la salida del parque. Ferran iba delante y yo, viejo zorro, no me separaba de él. Gracias a esto fui el único, junto con él, que pudo vivir el éxtasis de encontrar dos gorriones pálidos (Carpospiza brachydactyla). Era el bimbo número treinta y cuatro. Por desgracia, nuestros compañeros de viaje se hallaban algo dispersos y retrasados. Aunque días habría para que pudieran quitarse la espinita clavada.

A la lista pudimos añadir algún ejemplar de busardo de estepa (Buteo buteo vulpinus), un críalo, vencejos comunes... y el primer estornino de Tristram (Onychognathus tristramii). Fotografié un ave algo lejana, del tamaño aproximado de un mirlo, posada en la rama de un árbol. Fui el único que la vio y Ferran tuvo que ayudarme con la identificación. Era el bimbo número treinta y cinco. 

La foto es malísima, pero sirve de testimonio.

Regresamos al coche para encaminarnos a nuestra siguiente parada de aquella jornada.

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