Finlandia-Noruega 2007 (parte 2): de Vantaa a Lahti

El 3 de julio del 2007 pisamos por primera vez en nuestras vidas las tierras finlandesas.

El avión aterrizó en el aeropuerto de Vantaa a las 15.30 horas. Aquí pude comprobar in situ qué es realmente Europa. Todo limpio y reluciente, buenas indicaciones, personal suficiente y en sus puestos... No me recordaba mucho al lugar del cual yo procedía.

Un sol espectacular nos dio la bienvenida. Hacía calor y nada hacía pensar que nos encontrábamos unos cuantos miles de kilómetros más próximos al polo norte que apenas unas horas atrás.

Nuestro coche de alquiler esperaba. Una bella mujer finlandesa nos dio las llaves de nuestro Renault, una maravilla de máquina que iba a compartir con nosotros algunos miles de kilómetros. No tenía GPS, pero sí radio y CD, para poder escuchar nuestros discos de cantos de aves: quizá fueran necesarios para identificar alguna especie. La radio también fue importante, ya que aunque no entendíamos ni una palabra de finés, ¡sí podíamos escuchar toda el heavy metal que ponían!

Finlandia es el país del metal, como bien pudimos comprobar a lo largo de esos diez días. Emisoras de radio, revistas sobre música, hilos musicales en las maravillosas gasolineras de ese país... El paraíso para los amantes de esa música como yo.

Cargamos nuestros bártulos en el coche y arrancamos. La expedición ornitológica en sí daba comienzo -a pesar de que incluso antes de aterrizar el avión yo ya iba vigilando el suelo desde las ventanillas del avión... por si acaso-. Hacíamos apuestas sobre cual sería la primera especie que bimbaríamos, y especulaciones sobre cuáles aparecerían durante todo el viaje.

El primer bimbo fue la corneja cenicienta (Corvus cornix). La vimos desde el coche mientras conducíamos, y más tarde pudimos comprobar que se trataba de una especie realmente común y fácil de detectar. Recorríamos kilómetros y kilómetros de carretera en dirección norte, y las cornejas nos acompañaban. La emoción de estar en un país nuevo, la perspectiva de ver cosas que no habíamos visto nunca antes... todo nos animaba y una energía especial nos impulsaba. De haber sido superguerreros, habríamos pasado rápido al siguiente nivel de fuerza.

Corneja cenicienta (Corvus cornix)

Mapa en mano, tomamos una ruta más que nos llevara de manera más o menos directa hasta Oulu, a donde teníamos previsto llegar al día siguiente. Pero puesto que se podía conducir de noche, optamos por pasar la tarde por la zona del lago Päijänne, en lo que según el mapa sería una especie de parque natural. Un cartel indicaba que a tres kilómetros se hallaba Vähä-Kellosalmi, pero desconozco si se trataba de un pueblo o no.


Aunque no nos topamos con cientos de ansiadas especies nórdicas, sí pudimos disfrutar de algunas aves interesantes, nórdicas o no, como eran el somormujo cuellirrojo (Podiceps grisegena) -estos acompañados de sus pollos-, charrán común (Sterna hirundo), gaviota cana (Larus canus), avefría (Vanellus vanellus), curruca zarcera (Sylvia communis), pico picapinos (Dendrocopos major), y otro bimbo particular para mi y para Cristina -creo que Dani ya lo había visto-, el zorzal real (Turdus pilaris).

Zampullín cuellirrojo (Podiceps grisegena), adulto alimentando dos pollos.

Así que a nivel particular no estaba nada mal. En nuestra primera jornada había anotado dos bimbos en mi casillero particular. Pero claro está, queríamos más, esas dos especies no eran suficiente si tenemos en cuenta las maravillas que pueden observarse en aquellas latitudes.

Tras regresar al coche pusimos de nuevo rumbo norte.

A pesar de alternarnos en la conducción el cansancio pudo finalmente con nosotros y nuestros cuerpos exigieron una parada definitiva del vehículo aunque fuera por unas horas. El lugar escogido fue un pequeño claro destinado a tal fin, situado al lado mismo de la carretera. Allí detuvimos el coche y allí dormimos hasta el día siguiente. Pero antes de eso en mi retina quedó grabada para siempre una imagen de ensueño. Fue bastantes kilómetros antes de detenernos para dormir. Llevaba yo el volante en aquellos momentos. A lo largo de aquel primer día ya habíamos podido constatar que efectivamente Finlandia era la tierra de los mil lagos. Grandes masas de agua aparecían una tras otra a nuestro paso, brillantes, cristalinas, llanas y calmas. Con el paso de las horas el cielo se oscureció, y el día se marchó siguiendo al sol que desaparecía tras el horizonte. En el lado opuesto, como preludio de una perfecta noche de verano, apareció la luna llena. Aún baja en el cielo, se reflejó en las perfectas aguas de los lagos paralelos a la carretera, y esa doble luna que me miraba a través de la ventanilla derecha del coche me marcó como pocas cosas aquel día. Esa fue la imagen que se me quedó grabada y que recordaré siempre. Estábamos realmente en otro lugar del mundo, y la sensación era maravillosa.

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