Israel: 20-03-2022, piscinas del km. 20

Retomo la crónica del viaje a Israel organizado por Icaro Birding Experience.

El 20 de marzo de este año 2022, tras abandonar el IBRCE, nos dirigimos a las "piscinas del kilómetro 20". Como habrá adivinado el astuto lector, se hallan en el kilómetro 20 de una carretera. En concreto, de la 90, que comunica Eilat con el norte, una vía paralela a la frontera con Jordania.

Estas "piscinas" son unas extensiones de agua de buen tamaño rodeadas de desierto y palmerales. Y que nadie piense en la típica imagen de un oasis. No hablo de un grupito de palmeras con una charca, sino de plantaciones en toda regla: rectangulares, regulares, albergando cientos de árboles.

Dice la leyenda que hay tres nombres graciosos entre los pájaros: el chorlito carambolo, el piquituerto lorito y el camachuelo trompetero, como ya expliqué aquí. De manera profética, en su momento anuncié que el camino iba a ser largo si quería completar esta bonita trilogía. Y al final han sido quince años los que he tardado, ya que me faltaba el último. Fue para mí otro de los momentos cúspides del viaje. Paramos las dos furgonetas junto a unos campos y allí hallamos algunos ejemplares.

Bimbo número 21: camachuelo trompetero (Bucanetes githagineus).

Ya fue mágico el momento en que vi mi primer trompetero, pero aún fue mejor cuando además se pusieron a cantar. Yo pensaba que su voz sería potente y audible incluso desde lejos, pero costaba oírlos a pesar de que estaban a pocos metros de distancia. Este pajarillo rechoncho, con su sonido único y chillón, difícil de detectar en el suelo gracias a sus colores que lo camuflaban con el árido terreno... este animalito habría destacado aquella mañana si no fuera porque aquellas horas estuvieron repletas de estupendas observaciones.

En los mismos campos encontramos una collalba rubia oriental. Hasta no hace mucho tiempo la collalba rubia se dividía en dos subespecies: Oenanthe hispanica hispanica, común en Europa occidental mediterránea, incluida España, y Oenanthe hispanica melanoleuca, en el Mediterráneo oriental. Pero estudios recientes confirieron a ambas subespecies el status de especies auténticas, separadas. Por lo tanto, el ejemplar que estábamos contemplando se convertía automáticamente para mí en el bimbo número 22 del viaje.

Bimbo número 22: collalba rubia oriental (Oenanthe melanoleuca). La foto es mala, pero, "it's a lifer!"

Un centenar de metros más adelante encontramos abejarucos. Ya los habíamos visto el día anterior, pero más lejos. En esta ocasión posaron para nosotros. Un ave espectacular como pocas, un regalo más para los ojos y el espíritu del ornitólogo.

Abejaruco esmeralda (Merops orientalis).

Llegamos a las piscinas propiamente dichas. Curiosamente, no parecían desentonar con la imagen del desierto. En ellas hallamos flamencos, cigüeñuelas, chorlitejos, ánades rabudos... pero por supuesto yo buscaba bimbos. Para eso había viajado tan lejos, para ver maravillas que no podía hallar en mi tierra. Así y todo no pudimos dejar de mirar un flamenco casi negro. Ya nos habían avisado de su presencia: hacía tiempo que se le veía por ahí, luciendo su melanismo parcial. Se alimentaba con sus rosados congéneres justo frente a nosotros.

Flamencos (Phoenicopterus roseus), aunque uno no era muy roseus.

Vimos alcaudones comunes (Lanius senator), currucas zarcerillas (Curruca curruca), un gran grupo de garzas reales descansando en el suelo... Finalmente, dejamos las lagunas y volvimos por el mismo camino por el que habíamos venido. Los abejarucos seguían ahí y volvimos a detenernos. ¡Qué gozada de especie!

Curruca zarcerilla (Curruca curruca).

Abejaruco esmeralda (Merops orientalis).

Junto a ellos descansaba una curruca capirotada (Sylvia atricapilla), un ave muy común, pero posó tan bien para nosotros que no tuve más remedio que retratarla también.

Avanzamos unos metros con las furgonetas. Ferran paró un instante y echó un vistazo rápido a un grupo de gorriones. Yo, que en ningún momento perdía ojo a lo que él miraba, hice lo propio. Ferran lanzó una exclamación al tiempo que yo veía algo sospechoso y alzaba la cámara. Uno de los gorriones me pareció algo menor y con una coloración y diseño diferentes. Aquella ceja... Se hallaba quizá a unos quince metros de distancia.

Sin bajar del vehículo, un poco ladeado y esquivando cabezas, asientos y carrocería, disparé la cámara a través de la ventanilla. Una única ráfaga.

Todos nos apeamos y miramos hacia el arbusto al que señalaba Ferran. Pero fue en vano, no pudimos compartir la observación con el resto de acompañantes. Por suerte, la foto mostraba claramente a un gorrión del mar Muerto y amplié mi lista particular.

Bimbo número 23: gorrión del mar Muerto (Passer moabiticus).

Teníamos la esperanza de detectar de nuevo esta especie más adelante, así que, tras esperar un tiempo prudencial por si reaparecía aquel ejemplar (cosa que no hizo), decidimos dedicarnos a buscar otras aves. Dejamos las furgonetas y caminamos un poco. Avanzábamos por una pista de tierra que flanqueaba un palmeral vallado. A menudo se oían los prinias, pero no era fácil verlos. Pero soy perseverante y finalmente conseguí fotografiarlo.

Prinia grácil (Prinia gracilis).

Así lucía el palmeral.

     

Y apareció otro de los objetivos prioritarios del viaje, al menos para mí: el alcaudón núbico. Yo estaba que me salía, aunque lo disimulaba muy bien. Seguía con el subidón del gorrión todavía, y había conseguido tachar rápidamente al alcaudón. La excursión no defraudaba, los pájaros aparecían uno tras otro y hasta el clima era benevolente: no hacía calor, lo cual agradecí, ya que he de confesar que no me gusta el sol ni las temperaturas altas. Todo salía a pedir de boca.

Además, ya hacía varias horas que conocía a mis compañeros de expedición y les había cogido cariño: eran todos muy majos. Pero ahora centrémonos en lo que importa. Dejemos de socializar (¡ya he dedicado a los humanos una línea y media!) y hablemos de lo que interesa: las aves, las aves, ¡las aves y nada más!

Bimbo número 24: alcaudón núbico (Lanius nubicus).

Así lucíamos todos mirándolo. - (C) Ferran López.

Yo con cara de relajación, o de subidón, no lo tengo muy claro. Tal vez de autocontrol (calma, Jordi, calma, mantén la compostura). - (C) Ferran López.

No puedo evitar tomar apuntes en mi libretita a todas horas. - (C) Mireia P. Martos.


(C) Mireia P. Martos.

(C) Mireia P. Martos.

Iniciamos un lento regreso hacia las furgonetas. Aparecían nuevas sosrpresas por el camino que acabábamos de recorrer. Donde antes no parecía haber nada, encontrábamos algo, lo cual no tenía nada de sorprendente, ya que esto suele ocurrir. Conseguimos ver parados a un capuchino picoplata indio y a un bulbul árabe, y por supuesto, los fotografié. Se les sumó un ejemplar de colirrojo real de la subespecie samamisicus, que se distingue de la nuestra por sus grandes manchas blancas en las alas.

Capuchino picoplata indio (Euodice malabarica).

Turdoide árabe (Turdoides squamiceps).

Colirrojo real (Phoenicurus phoenicurus samamisicus).

Satisfechos y todavía a media jornada (¡todavía a media jornada!) fuimos a comer a Yotvata, un punto cercano, cuyos terrenos cercanos serían el objetivo de nuestra siguiente exploración.

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