El enigma del cuervo

El 5 de septiembre del 2021 subí a la azotea de mi casa, en Ripollet, para intentar observar rapaces en paso postnupcial, en su migración norte-sur en busca de tierras más cálidas en las que pasar los días de invierno.

No fue nada mal: aparecieron treinta y tres especies diferentes de aves, entre las cuales había dos águilas de Bonelli, un águila pescadora, dos culebreras, diez laguneros, un aguilucho cenizo, un águila calzada, cinco cernícalos, un halcón peregrino, un gavilán, un ratonero, cinco vencejos comunes y una garza imperial.

También vi dos cuervos, Corvus corax. O al menos eso pensé en un primer momento.

Uno de ellos me pasó por encima, no muy alto, pero lo detecté tarde, ya en la vertical, y apenas tuve tiempo de echarle unas pocas fotografías, la mayoría desde atrás, mientras se alejaba.

Esta ave me había llamado la atención. Era, por supuesto, totalmente negra y de un tamaño aceptable. Pero el pico parecía fino y la cola se me antojó más redondeada que cuneiforme y algo estrecha, tal vez por efecto de la muda. Sin embargo, no era raro ver cuervos en esta zona, así que asigné la observación a esta especie.

No pensé más en el tema hasta que durante la primavera de este año 2022 saltó la noticia: una pareja de grajas, Corvus frugilegus, ave que en toda la península ibérica solo cría en León y en Figueres (extraña distribución), estaba atendiendo un nido en Santa Perpètua de la Mogoda, a unos cuatro kilómetros en línea recta desde mi azotea.

El córvido que había visto medio año atrás volaba exactamente en la dirección del grupo de árboles en el cual intentaban nidificar las grajas. Esto, por supuesto, no significaba absolutamente nada. Podría ser pura casualidad y tratarse, en efecto, de un cuervo. Pero ya no pude dejar de pensar en él. Revisé todas las fotografías de las que disponía y busqué información por Internet, sobre todo imágenes de grajas y cuervos en vuelo, pero no hallé lo que deseaba (la silueta perfecta vista desde abajo).

Me imagino que deben existir monografías y extensos estudios sobre los córvidos, pero puesto que tampoco disponía de ellos, abandoné la investigación de manera indefinida.

Pero hace justo tres días esta pequeña historia tuvo un sorprendente desenlace. Un año y veintiún días después repetí la misma actividad: el 26 de septiembre subí a la azotea para buscar rapaces en migración. En esta ocasión no tuve tanta suerte como en el 2021. Detecté un azor, cinco gavilanes, dos ratoneros, seis cernícalos y poco más.

De nuevo vi cuervos, tres en total. Dos planeaban bastante lejos, pero un tercero cruzó en migración activa en dirección suroeste, alejándose por encima de Cerdanyola en línea recta hasta que lo perdí en la lejanía. No es muy frecuente que migren, suelen ser aves bastante sedentarias, pero cada año detectamos algunos ejemplares que realizan movimientos de este tipo (en ocasiones incluso bandos bastante numerosos).

Tal y como ocurrió en la anterior ocasión, lo detecté tarde, cuando ya lo tenía prácticamente encima. Por supuesto, a su paso alcé la cámara. Tengo algo así como una obsesión cuando un ave me sobrevuela: necesito fotografiarla. Cuando revisé las imágenes la sorpresa fue mayúscula. Reconocí aquella silueta, era exactamente la misma, la del córvido enigmático: cola más redondeada que acuñada, pico fino, borde muy recto de las alas... ¿Era un cuervo? ¿Se trataba de una graja y no me había fijado bien? No podía volver a tropezar con la misma piedra, habría sido demasiado duro.

No se apreciaba bien la cara. Ésta parecía negra, pero también el pico parecía blanquecino. Ni una cosa ni la otra demostraban nada ya que los efectos ópticos pueden engañar según como incida la luz. Por suerte para mí, las posteriores fotografías desvelaron, por fin, el gran misterio. Un enorme pico oscuro asomaba frente a un ojo negro que observaba la ciudad que dejaba atrás, tal vez incluso mirando a aquel curioso humano que parecía devolverle el escudriñamiento.

Así pues, después de todo no fueron necesarias más pesquisas por parte de Sherlock Holmes, ni de Mulder y Scully, ni de los ocupantes de la Máquina del Misterio. Como ocurre a menudo, aquello que pareció ser desde un principio fue lo que realmente era: un cuervo, Corvus corax, y las fantasías de grajas voladoras por encima de mi azotea no fueron más que sueños de un ornitólogo con ansias de ver cosas que no estaban ahí.

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