Israel: 21-03-2022, Uvda Valley, onagros, gacelas y aves del desierto.

Hacia las nueve de la mañana, tras recorrer la carretera paralela a la frontera con Egipto, dejamos atrás las montañas de Eilat y llegamos a Uvda Valley.

Resultó ser, desde mi punto de vista, el desierto más auténtico de los que visitamos durante aquel viaje. Ferran nos había anunciado maravillas. Aunque podíamos ver muchas cosas, explicaba, el objetivo principal eran las gangas.

Poco antes de llegar al lugar en el cual teníamos pensado bajar de los vehículos para iniciar nuestra excursión nos detuvimos brevemente durante unos pocos minutos para echar un vistazo a unos llanos que flanqueaban la carretera.
 
Ferran nos señaló algunos cuadrúpedos que se alejaban de nosotros, dos onagros y dos gacelas dorcas, los primeros caminando con parsimonia, realizando paradas para echarnos alguna que otra ojeada, las segundas con algo más de nerviosismo y desconfianza: aunque también nos miraban de vez en cuando, en cuestión de segundos conseguían alejarse muchos cientos de metros.

Los onagros son unos asnos salvajes, un magnífico animal que para nada esperaba ver durante este viaje. En cuanto a las gacelas, era un lujo poder disfrutarlas en directo tras una vida entera observándolas a través de documentales de la televisión.

Onagro (Equus hemionus)

Gacela dorcas (Gazella dorcas)



Llegamos finalmente al punto en el que teníamos planeado dejar las furgonetas e iniciamos nuestra exploración de la zona en busca de aquellas aves que ansiábamos encontrar.

No sé en qué momento del día comencé a canturrear en mi cabeza Mustapha, una canción de Queen que contiene sonidos árabes. El estribillo, muy simple, decía:

Mustapha Ibrahim, Mustapha Ibrahim
Allah, Allah, Allah will pray for you...

Parecía muy adecuada para caminar por el desierto, aunque mi cerebro intentó olvidarla para centrarse en los sonidos reales que me envolvían, ya fueran pájaros o indicaciones de los compañeros. En cualquier caso, me acompañó durante un buen rato.

La excursión fue una gozada. En unas tres horas detectamos más de veinte especies diferentes en un lugar que a priori parecía vacío e inhóspito. Lo primero no fue cierto. Lo segundo, sí. Por supuesto muchas de esas aves eran nuevas para mí, así que, una vez más, disfruté como un enano, aunque se produjo un fenómeno un poco extraño: me sentía algo estresado ante la posibilidad de que durante algunas horas no fuéramos tan productivos. Sentía que podía morir de éxito. Tan bien iba todo y a un nivel tan alto que parecía que una mañana sin conseguir buenas observaciones (aunque fueran de especies ya detectadas en jornadas anteriores) podía desembocar en un bajo estado anímico.

En otras palabras, estaba empezando a agotarme mentalmente. Tal vez un pequeño desengaño con una mala racha me quitaría toda aquella presión. Sin embargo, (¡afortunadamente!) aquello no ocurrió. Descubrimos varias collalbas: gris, rubia oriental, yebélica, isabelina... y por fin la colinegra (Cercomela melanura), un pájaro gris con una inquieta y muy visible cola totalmente negra, en teoría muy común en Israel, pero que se me había resistido hasta entonces. Se convirtió en el bimbo número 36 del viaje.

Uvda Valley

Vimos terreras comunes, un ratonero de estepa (Buteo vuteo vulpinus), cuervos desertícolas, tarabillas comunes (Saxicola rubicola), currucas zarcera, de Rüppell y tomillera, bisbitas campestres, prinias gráciles... y nuestra primera terrera sahariana (Ammomanes deserti). Por desgracia no pude fotografiarla, pero sí bimbarla: número 37.

Aunque la terrera sahariana se trataba para mí de una especie mítica, un aláudido que durante años había contemplado en mi guía de aves del paleártico, más espectacular me pareció aún la calandria picogorda (Ramphocoris clotbey), una auténtica maravilla de animal, con su pico gigantesco y su marcado dibujo facial y corporal. Descubrimos un ejemplar solitario al que seguimos durante un buen rato con cautela, para no asustarlo. En cuclillas, casi rozando el suelo con nuestros cuerpos, pudimos contemplarlo y fotografiarlo hasta que decidió realizar un corto vuelo y unirse a otros seis ejemplares más que caminaban en las cercanías, y a los que no habíamos detectado hasta aquel momento.

Calandria picogorda (Ramphocoris clotbey), bimbo número 38.


Un escribano hortelano (Emberiza hortulana) posó para mí bajo la dura luz del desierto.

Y cerca de él hizo lo propio esta hermosa curruca zarcerilla (Sylvia conspicillata).

Otro animal mítico, más si cabe que los anteriores, fue uno con cuernos. Pero no se trataba de ningún mamífero. La alondra sahariana tiene una extraña combinación. Por un lado, es bellísima, pero al mismo tiempo es muy discreta. Se mueve con lentitud por el suelo, y si no estás muy atento no ves más que un pajarillo con algo de negro. Pero si la observas bien descubres lo maravillosa que es. Sus cuernecillos (unas plumas un poco largas que sobresalían por detrás de la cabeza) vibraban a cada paso que daba, mientras rebuscaba entre las piedrecitas del suelo. Había un mínimo de cuatro ejemplares. Tal como hicimos con la calandria, nos fuimos aproximando con movimientos lentos y pausados para no espantarlos, pero resultaron ser muy confiados.

Alondra sahariana (Eremophila bilopha), bimbo número 39.




Carmen, una amiga de Barcelona, me pidió que le llevara un poquito de arena de Israel. Me pareció que el lugar en el que acababa de ver las alondras se acababa de convertir en algo así como un sitio sagrado para mí, así que decidí recoger un puñadito de arena. Como seguía sin tener claro si los abalorios que había adquirido en Yotvata el día anterior les gustarían a Mari, Edisa y Sara, decidí que les llevaría también un poquito a ellas. No soy muy bueno con el asunto de los regalos. Además, debo aclarar que ellas nunca me pidieron que les trajera nada: era yo el que opinaba que sería un detalle bonito llevarles algo.

Por fin aparecieron las gangas. Esperábamos que tarde o temprano nos topáramos con alguna de las varias especies que se pueden ver en Israel, y descubrimos frente a nosotros a un grupo de unas sesenta. Se trataba de gangas coronadas, otra ave más de exquisita belleza combinada con discreción. A varios metros de distancia desfilaban por el suelo como un pequeño ejército, y no parecían más que unos bultos que se arrastraban, pero examinadas de cerca, mostraban, como las alondras saharianas, todo su esplendor: una bonita diadema gris que contrastaba contra los tonos dorados y cálidos de la cabeza, y unas alas marmóreas con un plumaje fuerte que les protegía de las vicisitudes del desierto.

Ganga coronada (Pterocles coronatus), bimbo número 40.




Eduard, un tipo algo grandote y bonachón, no llevaba prismáticos, sino una cámara. Su objetivo principal en el viaje era conseguir buenas instantáneas, lo cual en ocasiones chocaba un poco con nuestros intereses pajariles. Bienintencionado como era, se notaba en su mirada cuanto sufría cuando le decíamos que no podía salir corriendo tras las aves para fotografiarlas, no al menos hasta que el nutrido grupo de ornitólogos las hubiera observado primero a través de los telescopios o de los prismáticos. Una vez satisfecha la febril ansia, liberábamos al pobre Eduard, que de manera profesional conseguía siempre aproximarse lo suficiente a los animales para conseguir imágenes estupendas sin llegar nunca a asustarlos.

Pero a veces nuestro amigo se nos adelantaba y desaparecía de nuestra vista antes de que siquiera hubiéramos detectado alguna especie interesante. Algo parecido ocurrió con las gangas. Al primer grito de avistamiento de las mismas, descubrimos que ya no estaba con nosotros, tal vez alejado algunos cientos de metros tras los pocos matojos que nos rodeaban, en busca de aláudidos, liebres, gacelas, o lo que fuera que se pusiera a tiro de su cámara.

Sin embargo, mientras yo intentaba conseguir alguna imagen decente de las gangas (con resultados bastante mediocres) junto al resto de integrantes de la expedición, vimos a un tipo parado de pie al otro lado del gran bando de aves que correteaba por el suelo. Se hallaban rodeadas: nuestro grupo, por un lado, él, por el otro... nos quedamos un poco fríos, sin saber mucho como reaccionar. El ejército emplumado empezó a dirigirse hacia nosotros, huyendo a pie de Eduard, quién lentamente las empujaba hacia nuestra posicion. Pero las gangas, por supuesto, nos vieron, y decidieron cambiar de dirección, dirigiéndose hacia otro lado, intentando esquivarnos.

En vista de que podíamos llegar a molestarlas, decidimos marcharnos y dejarlas tranquilas. Más tarde Eduard nos aclaró sus intenciones:

- Si os hubierais tumbado en el suelo y quedado inmóviles se os habrían aproximado muchísimo, puede que hasta os hubieran pasado por el lado.

A ninguno se nos ocurrió. Tal vez habría sido una buena idea, o tal vez no. Pero yo no puedo opinar, al fin y al cabo yo era un novato en el desierto.

La fructífera visita terminó con buenas observaciones de camachuelos desertícolas y trompeteros.

Camachuelo desertícola (Rhodospiza obsoleta)

Camachuelo trompetero (Bucanetes Githagineus)

Los teléfonos móviles hacen cosas muy raras: yo estoy vertical pero el mundo no.

Hacia las 12 del mediodía abandonamos Uvda Valley y fuimos a comer a un lugar muy peculiar, como explicaré en la próxima entrada.

Comentarios

  1. Collons, vau veure moltes coses que nosaltres no vam veure, li direm an Ferran que ens torni els diners! Hahaha

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    1. O que us porti gratis a Israel. XD (no sé qui ets, anònim).

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