Buscando un pájaro

15 de octubre del 2022

Estoy buscando rapaces en l'Espinal (Argentona, Barcelona). Durante la migración post-nupcial subo hasta este punto de la cordillera litoral para detectarlas en su vuelo hacia el sur.

El día ha sido todo lo productivo que esperaba. El grueso de las aves ya pasó en septiembre, y sorpresas ha habido pocas: un águila calzada de morfo oscuro en paso activo en migración inversa, en dirección noreste. Chachi. Por lo demás, algunos cernícalos, ratoneros y gavilanes.

El motivo de subir en octubre no es toparme con un gran número de rapaces. En estas fechas lo que valoro es la calidad, más que la cantidad. Es la época de la llegada de algunas especies que se quedarán a pasar el invierno. Hasta noviembre seguiré viniendo porque nunca se sabe cuando pueden pasar grullas sobre tu cabeza, o un aguilucho pálido, o verderones serranos o mirlos capiblancos. La salsa no sólo la ponen las aves de presa.

Así que me dan las cuatro de la tarde. El cielo está despejado, no hay viento y no hace nada de frío. Voy en manga corta.

Estoy sentado en una silla plegable. Frente a mí, el telescopio en su trípode. Los prismáticos descansan en mi pecho porque nada se mueve. Nina, mi perra, intenta dormir una siesta, y yo también estoy un poco amodorrado. Si fuera agosto y hubiera chicharras cantando tal vez me hubiera dormido.

Por el rabillo del ojo veo algo. Un paseriforme acaba de esconderse entre las hojas de un árbol, a mi derecha, a unos veinte metros. Apenas he visto nada, pero me ha llamado la atención. ¿Tal vez fuera de un tamaño algo mayor al de los herrerillos y pinzones que de vez en cuando revolotean sobre mi cabeza?

Podría decir que tras levantarme de la silla me desperezo estirando los brazos, pero sería faltar a la verdad: cuando saltan las alarmas en la cabeza del ornitólogo despiertas de golpe, sin pausas.

Parece misión imposible. Una encina me tapa parcialmente el árbol en el que se ha escondido el ave, un pino. Sólo me queda la opción de estirarme un poco, subir medio metro a un pequeño terraplén, el "segundo piso" de la especie de mirador que otros ornitólogos y yo usamos como base de operaciones durante estos meses. Pero sé que los pájaros pequeños son nerviosos y no aguantan mucho tiempo parados en una rama. Seguramente a estas alturas ya habrá volado. Pero hay que intentarlo.

Miro con los prismáticos. ¡Sigue ahí!

Veo en la penumbra de las ramas del pino un movimiento apenas perceptible, una cabecita que asoma entre unas hojas. Pero los binoculares no son suficientes para identificar al ave, aunque ya sospecho algo. Sin embargo, sé que si me muevo para coger el telescopio y la cámara de fotos (que descansa en mi silla) lo más probable es que no consiga nada: lo asustaré y volará. Para cuando yo esté mirando de nuevo ya no habrá nada que ver. Tal vez valga la pena no moverse y esperar a que, mientras vigilo, el pájaro emprenda el vuelo con la esperanza de que pueda identificarlo entonces. Es difícil, pero algunos paseriformes son muy característicos en vuelo. Y si reclaman, ya ni te digo...

Decido esperar unos segundos más. No ocurre nada.

"¿Y ahora qué hago?", me pregunto.

Cambio al plan número dos. Dejo de mirar con los prismáticos (repito, a menudo es una mala idea) y me hago con el telescopio y la cámara. Primero me dedico a hacer fotos porque descubro que, increíblemente, mi amigo no se ha movido de su rama. Pongo todos los aumentos ópticos de la bridge y disparo unas cuantas ráfagas. Las imágenes me servirán, probablemente, para identificar la especie.

Aún me da tiempo de mirar por el telescopio y observar. Enfoco con la esperanza de que aún no haya volado, esperanza muy real, pues ya veo que este ejemplar está tranquilo en la protección que le ofrece el árbol.

Ahí sigue. Pienso que a veces los animales se portan bien conmigo, pero creo que me quedo corto. Los animales me quieren. Aunque puede que el secreto simplemente resida en estar solo y en silencio, pasando desapercibido, no perturbando la vida del bosque. Sólo soy un mero espectador, un visitante. No. Me niego. Quiero pensar que formo parte de esa gran familia. Que la fauna sabe que estoy ahí. Y me acepta.

Habrá otros momentos para filosofar. El pájaro es un picogordo. De vez en cuando vemos alguno en vuelo en l'Espinal, pero tras más de doce años viniendo por aquí, creo que es la primera vez que veo uno posado en este lugar. Lo disfruto a rabiar durante un buen rato, hasta que me canso y decido apoyar mi teléfono en el telescopio y realizar unas cuantas fotos más.

Picogordo - durbec - hawfinc - Coccothraustes coccothraustes, foto realizada con la cámara.

Al final me despido de él. Es suficiente. Nos dejamos mutuamente tranquilos, yo vuelvo a vigilar el cielo y él se marcha volando.

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