Finlandia-Noruega 2007 (parte 12): Hornoya

Continuamos con la crónica del viaje a Finlandia y Noruega.

Nos despertamos por la mañana en Vardo y conocimos a nuestro "vecino". Aunque no lo comenté en la entrada anterior, la mujer dueña de la casa nos había avisado de que alguien más compartiría con nosotros la vivienda aquel día: un suizo había alquilado otra habitación.

A aquel suizo lo conocimos aquella mañana. Coincidimos en la cocina y compartió con nosotros el tiempo del desayuno, y aunque reacio al principio a ser comunicativo, acabó congeniando con nosotros y recomendándonos algunos lugares buenos para ver aves por la zona.

Nos marchamos de la casa y dejamos las llaves en el buzón, tal y como nos había pedido que hiciéramos la casera.

Era el domingo 8 de julio del año 2007. Aquel día había salidas en barca organizadas desde el puerto de Vardo hasta la cercana isla de Hornoya. Habíamos comprado los tíckets para subir a la barca el día anterior, en el centro de información del puerto, donde nos habían dado los mapas de la isla. En el momento de comprar los tíckets nos informaron de que no se aceptaban tarjetas de crédito, solo coronas noruegas. Por suerte para nosotros Cristina es una chica previsora, y había cambiado euros por coronas noruegas en Barcelona días antes. Aquel detalle nos salvó, porque de otra manera no habríamos podido apuntarnos a la excursión.

La barca partía a las doce del mediodía. Pocos minutos antes de la hora allí estábamos los tres esperando al momento. Pero dieron las doce y no vimos a nadie por la zona. Descubrimos entonces que algo no iba bien. Empezamos a impacientarnos, empezamos a llamar a números de información y a preguntar a las personas que pasaban, que no entendían nuestras preguntas, así como nosotros no comprendíamos las respuestas.

Temiendo ya lo peor (perder la excursión y el dinero) terminamos finalmente percatándonos de nuestro terrible error: en Noruega hay que retrasar el reloj una hora respecto al horario español. Nosotros ni siquiera lo sabíamos, y resultó que cuando pensábamos que eran las doce en realidad eran las once.

Así que fuimos las más madrugadoras y puntuales de las personas que iban a subir a la embarcación, personas que ahora sí iban apareciendo por los alrededores.

La ornitosecta junto al barco que nos llevaría a Hornoya.
Mientras esperábamos pasó junto a nosotros este curioso conductor.
La espera se hizo algo más amena gracias al arao aliblanco (Cepphus grylle) que nadaba en el puerto.

Superado una vez nuestro bochorno (que intentamos mantener en secreto todo lo que pudimos) dimos rienda suelta a la alegría, a la satisfacción de saber que realmente íbamos a visitar una espectacular colonia de aves marinas.

Subimos al barquito y emprendimos la travesía, la cual duraría no más que algunos minutos. A medida que nos aproximábamos a Hornoya eran cada vez más numerosas las aves marinas, y en el momento de atracar en el embarcadero ya éramos conscientes de que aquello iba a superar con creces nuestras más optimistas espectativas.

Los acantilados de Hornoya. Desde aquí ya se aprecian las aves en sus nidos.

Frente a nosotros se alzaban unos acantilados repletos de vida: gaviotas tridáctilas (Rissa tridactyla), cormoranes moñudos (Phalacrocorax aristotelis), araos comunes (Uria aalge), araos de Brunich (Uria lomvia), alcas (Alca torda), frailecillos (Fratercula arctica), gaviotas argénteas (Larus argentatus) y gaviones (Larus marinus) se daban cita en una espectacular colonia que nos dejó literalmente anonadados.


El rey del lugar, el frailecillo, nos hizo vivir un auténtico éxtasis ornitológico. Toda Hornoya resultó ser un orgasmo ornitológico, expresión que usamos a menudo. Pero creo que a todos nos hizo especial ilusión este ave en concreto. Además podíamos disfrutarlo con orgullo, sabiendo que ya lo habíamos "bimbado" la jornada anterior por nuestra propia cuenta, hallando un ejemplar en Hamningberg. Porque en esta isla el avistamiento estaba garantizado.

Frailecillo (Fratercula arctica)



Otra ave muy especial, el alca (Alca torda).

Araos comunes (Uria aalge).

Alcas y araos.

Grupo de álcidos en el mar, formando el dibujo de un ave, como homenajeando a toda Hornoya.

¡Araos de Brünnich (Uria lomvia), otro "bimbo"!

La gaviota más grande de todas, el gavión (Larus marinus).

Reunión de vecinos, hay que tratar los problemas de la comunidad. Alcas, frailecillos y gaviota argéntea (Larus argentatus).

Un viejo conocido del Mediterráneo: el cormorán moñudo (Phalacrocorax aristotelis).

Avanzamos por un sendero que marcaba el circuito a seguir en la isla, pero era difícil dar dos pasos seguidos sin pararse a contemplar aquella maravilla de la naturaleza.




Fue sin duda uno de los momentos álgidos de todo nuestro viaje por Finlandia y Noruega, un gran espectáculo que quedará grabado para siempre en nuestra memoria.


Dani.

Jordi.

La ornitosecta en Hornoya, momento memorable.

Panorama de la isla. Vardo al fondo.

Disponíamos tan solo de dos horas de tiempo, y aquello fue lo que nos empujó a explorar un poco más la isla.

Mirando hacia el mar pudimos ver una foca que jugaba en la superficie del mar con lo que a distancia parecía un pulpo, y que sin duda habría representado su comida de no haber hecho acto de presencia una gaviota que le robó tan suculento plato dejando a la pobre foca con un palmo de narices.

Secuencia del robo de la comida de la foca.

Fotos más cercanas de la foca, por si alguien pudiera ayudarnos a identificar la especie.

Los minutos pasaron a una velocidad asombrosa, y parecía que apenas habíamos desembarcado cuando acudieron a recogernos a la isla para llevarnos de vuelta a Vardo.

Ya en la barca motorizada, de vuelta, las palabras no acudían a nuestros labios. Las miradas se perdían en Hornoya, que quedaba atrás y se alejaba inexorablemente hasta dentro de mucho tiempo.

Bueno, siempre queda tiempo para hacer un poco más el ridículo. Dani y Jordi ocultan su pesar haciendo tonterías.

Cristina estaba más seria. No en vano acabábamos de disfrutar de una de las experiencias más impactantes de nuestra vida.



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