Viaje al Atlántico: Canarias y Salvajes, parte 4

Día 7 de septiembre del 2010.

Habíamos dormido en Erjos. Desde allí partía una pista forestal que nos adentró en la laurisilva del oeste de la isla. Tras andar unos kilómetros llegamos al punto que buscábamos, un lugar recomendado por una guía que habíamos consultado. En ella se decía que había un buen mirador para la observación de las palomas turqué (Columba bollii) y rabiche (C. junoniae). Y en efecto pudimos disfrutar de ellas, pero también de ratoneros comunes (Buteo buteo insularum), de vencejos unicolores (Apus unicolor) y sobre todo de un magnífico paisaje, la visión de un profundo valle verde sobrevolado por las aves.


Como el tiempo apremiaba tuvimos que regresar al coche para reanudar la exploración de la isla: nos quedaba por visitar la Punta de Teno, en el extremo occidental. Se llegaba allí por una carretera costera que atravesaba plantaciones de plátano, pasaba junto a algún que otro cráter volcánico y terminaba serpenteando a buena altura por unos imponentes acantilados. Las señales de tráfico alertaban del peligro extremo de desprendimientos en múltiples idiomas. Quién se adentraba en aquel lugar lo hacía bajo su propia responsabilidad.

El lugar era hermoso, tanto por su propia belleza como por su salvajismo latente. La vegetación, árida, desértica, ponía ese punto exótico y cálido que no dejaba de captar mi interés cada vez que topaba con él. Las rocas volcánicas, negras y retorcidas, se esparcían por doquier. Una floja brisa atlántica azotaba suavemente nuestros rostros y mecía nuestros cabellos.

Por supuesto, las aves se hallaban presentes también. En el mar pudimos ver pardelas cenicientas atlánticas (Calonectris diomedea borealis) y gaviotas patiamarillas (Larus michahellis). En los acantilados vimos por primera vez cuervos canarios (Corvus corax canariensis), especie en grave declive debido al uso de venenos. No hubo suerte esta vez con los halcones.

Cernícalo vulgar (Falco tinnunculus canariensis)

Tras deambular aquí y allá durante un rato volvimos al coche, e iniciamos nuestro regreso al Este de la isla. Al día siguiente debíamos recoger a Dani en el aeropuerto y queríamos estar cerca cuando llegara.

Dedicamos la tarde a visitar la costa y campos de Tegueste con resultados bastante decepcionantes. Finalmente acabamos la jornada en las montañas cercanas al mirador de Jardina, un lugar que ya se había convertido en un punto mítico para nosotros: de fácil acceso y con gran riqueza ornitológica. No en vano había realizado yo allí los primeros ocho bimbos de este viaje.

Paloma turqué (Columba bollii)

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