Viaje al Atlántico: Canarias y Salvajes, parte 6

La noche fue muy larga. Dani agonizaba en su litera. Yo intenté acostarme. Resistí un rato y finalmente me levanté para vomitar. Decidí pasar de pie en cubierta todo el tiempo que pudiera aguantar. Así que salí a la noche atlántica y gocé de las espectaculares estrellas fugaces, convirtiéndome así en vigía.
Tras horas de paseo nocturno vislumbré en la lejanía el faro de Salvajes. Di el aviso a Arturo, el patrón, y éste lo confirmó. Tiempo después, con noche aún cerrada, el barco anclaba en las cercanías de Salvaje Grande y yo me estiraba en mi litera para intentar descansar un rato. Con las máquinas detenidas, la mansedumbre del camarote fue una bendición para mi cuerpo agotado tras días de desgaste.

Dani yacía en la litera de arriba. Estaba preocupado por él. No se movía ni producía ningún tipo de ruido. Pensé que no debía alarmarme, pero lo hice... un poco. Hasta que al cabo de un rato le oí gruñir por la nariz. Yo también respiré. Y por supuesto, me dormí.

El día amaneció con el paisaje esperado: una isla se alzaba muy cerca de nosotros, a unas pocas decenas de metros. Aproveché los primeros minutos de la jornada para disfrutar de las pardelas cenicientas atlánticas.

Salida del sol en Salvaje Grande


Una vez desayunados solicitamos permiso para desembarcar, pero aún tuvimos que esperar un rato para que se nos concediera ese privilegio, y cuando llegó el momento lo hicimos de manera escalonada. Dani recuperado fue primero en la Zodiac, junto con Cris y Juanjo. En el Mojo Picón nos quedamos César, Marga, Arturo y yo.


El rato que nos tocó esperar lo matamos bebiendo y comiendo, charlando, César -excelente nadador y buceador- bañándose, y pasándolo todos muy bien en general. Tanto que no nos percatábamos de que desde la isla nos hacían señas: al parecer la radio no funcionaba, el ancla se había soltado, y nos aproximábamos algo peligrosamente hacia unas rocas.

Tras un par de órdenes dadas por Arturo la situación se enderezó rápidamente y la cosa quedó en una bonita anécdota para ser explicada.

Pero finalmente llegó nuestro  turno, el esperado momento: desembarcamos en Salvaje Grande y nos reunimos todos de nuevo, excepto Arturo, que se quedó en el Mojo Picón. Una vez en tierra firme no quisimos desaprovechar la oportunidad de darnos un buen chapuzón. ¡No iba a marcharme del Atlántico sin haberme sumergido al menos una vez en él!

No es un náufrago, soy yo.

El Mojo Picón fondeado frente a Salvaje Grande.


En el centro de recepción conocimos a las únicas personas a las que se le permite vivir en la isla: científicos y guardas, quienes nos guiarían en nuestras visita. Varios bisbitas camineros (Anthus berthelotii) y lagartijas de Madeira (Teira dugessi) escuchaban desinteresadamente nuestras charlas en curiosa comunión mientras comían de una sandía abierta en el suelo y bebían de un plato con agua. Aquí los animales no temen al hombre.





Lagartija de Madeira (Teira dugessi)


Las Selvagems son hermosas. La simple visión de sus aguas -calificadas por Cousteau como "las más transparentes que había visitado jamás"- alimentan el espíritu del aventurero, así como su fauna y flora colman las ansias del naturalista.





La empresa de turismo ornitológico BIRDING CANARIAS, la organizadora del viaje, nos había brindado la posibilidad de poner pie en uno de los pocos paraísos vírgenes que nos quedan. La Ornitosecta había aprovechado la oportunidad, y a pesar de la poca suerte que tuvimos con los paíños pechialbos (Pelagodroma marina) -los miles de parejas nidificantes en la isla ya habían emigrado, tan solo alguien pudo ver un ejemplar en el mar la madrugada anterior, iluminado por una linterna- sí pudimos contemplar los nidos de las pardelas cenicientas y de los petreles de Bulwer (Bulweria bulwerii), cuyos pacíficos pollos posaban impasibles ante nuestras cámaras. Los prismáticos no son necesarios cuando tienes a las aves a menos de un metro de distancia.

Pollo de pardela cenicienta (Calonectris diomedea borealis)

Cualquier sitio es bueno para poner los huevos.

Repito, ¡cualquier sitio!

 Adulto de pardela cenicienta (Calonectris diomedea borealis)
 

¡Cualquiera!
 

 Pollo de petrel de Bulwer (Bulweria bulwerii)




Pudimos dar una vuelta completa a la isla, y en nuestro paseo nos topamos con mosquiteros musicales (Phylloscopus trochilus), garcetas comunes (Egretta garzetta), garzas reales (Ardea cinerea) y la sorpresa del día, un chorlito carambolo (Charadrius morinellus), además de las omnipresentes pardelas cenicientas. Quiero destacar que el chorlito carambolo era "bimbo" particular para mí. Jamás pensé que lo vería por primera vez en un lugar como éste, en una isla en el Atlántico, tratándose como es de un ave regular -aunque rara- en tierras catalanas.


Cementerio de caracoles. Decenas de miles de cascarones vacíos salpican el suelo.

Sombra del faro de Salvaje Grande.


Hallamos también otra joya de Selvagems, la salamanquesa Tarentola boettgeri bischoffi, especie endémica que pudimos observar a placer.

Tarentola boettgeri bischoffi


 Foto de grupo, cortesía de BIRDING CANARIAS.

Tras despedirnos del personal de tierra subimos de nuevo a bordo del Mojo Picón para pasar la noche. El día siguiente era 11 de septiembre, diada nacional de Catalunya, y los catalanes de la Ornitosecta pondríamos pie en la Salvaje Pequeña.

Puesta de sol y fin de jornada.

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