Salamanca 2002: un curioso viaje por España

Voy a relatar uno de los viajes más curiosos, entretenidos, imprevisibles y satisfactorios que recuerdo.

En esta crónica explicaré algunas anécdotas que implican a gente de varias provincias, y espero que nadie se sienta ofendido porque no es esa la intención. Hay que tomarse estas líneas con humor, ya que no es mi deseo destacar lo negativo de los personas, si no simplemente contar las cosas divertidas que nos pasaron tal como fueron, y que podrían haber ocurrido en cualquier otro lugar de nuestra bonita geografía ibérica.

Hace justo una década, cuando la gasolina era más barata y la economía iba mejor, decidí iniciar una aventura arriesgada: irme a ver aves con un amigo no ornitólogo. El plan: ir en coche desde Barcelona a Salamanca, de Salamanca ir a Monfragüe, y luego regresar a Barcelona. Muchos kilómetros y pocos días por delante. ¿Soportaría Carlos (ése es su nombre) tantas horas de observación de aves? ¿Se hartaría después de recorrer campos y más campos de secano para ver avutardas? Le apetecía ver tierras nuevas y nueva gente, y probar algo diferente como era la observación de aves.

Carlos es uno de mis mejores amigos, y en el fondo ambos sabíamos que la cuestión "aves" era lo de menos. Nos lo íbamos a pasar en grande pasara lo que pasara, pues las amistades auténticas se miden por muchos baremos, y uno de ellos es la facilidad para disfrutar durante horas y horas con la compañía de alguien sabiendo que no habrá roces, que no habrá discusiones, porque ambos saben que el mundo existe para ser disfrutado.

Aunque normalmente narro en este blog mis vivencias ornitológicas más recientes, veo adecuado retroceder algo más en el tiempo y dejar constancia en este pergamino de los hechos asombrosos y terribles que nos acontecieron durante aquellos días. No se trata de un gran viaje a lugares exóticos, ni tampoco el número de aves alcanzó cantidades históricas, pero en aquella expedición vi por primera vez en mi vida algunas de las especies más emblemáticas de la fauna española. Aquellas observaciones y las divertidas anécdotas que nos sucedieron bien se merecen una crónica en el blog de la Ornitosecta.

Y todo se inició el 13 de agosto del año 2002, cuando partimos muy pronto desde Barcelona con destino Madrid. Viajar en coche puede resultar muy ameno si la conversación es inagotable (los ornitosectarios somos expertos en el arte de recorrer España en coche sin callar, incluso desde Tarifa hasta tierras catalanas). Llegamos a Aragón en lo que nos pareció un abrir y cerrar de ojos. En tierras mañas disfrutamos del vuelo de dos ortegas (Pterocles orientalis) sobrevolando la carretera. Bellísima y destacable ave, pero a la postre el triste balance ornitológico hasta nuestra llegada a Madrid (tampoco el breve paso por Castilla nos deparó nada nuevo).

¿Qué puedo decir de la capital de España? Nunca antes había estado en Madrid, y de hecho nuestra intención era que todo siguiera así:  la consigna era clara, debíamos evitar entrar en la ciudad para eludir atascos de tráfico. Simplemente queríamos acercarnos para aprovechar la red de carreteras y autopistas y dirigirnos entonces hacia Salamanca. Lo teníamos claro: no debíamos entrar. Así que nada más llegar tomamos una de las rondas designadas con una "M" que rodean la urbe.

No tengo ni idea de como lo hicimos. Tal vez fuera por la falta de nombres en los carteles indicadores (para M-tal, siga por aquí... para M-cual, siga por allá... ¿pero hacia dónde llevaban esas emes? ¡Nosotros queríamos ir hacia Soria!) o tal vez fuera por intervención divina... pero el caso es que terminamos ni más ni menos que el centro más céntrico de todo el centro madrileño. Ya no recuerdo ni lo que llegamos a ver. ¿Eran aquello las torreas Kia?

- ¿Esto es el Escorial?
- Mmmm...
- ¿Aquello es el congreso de los diputados?
- El Santiago Bernabéu... me suena de algo...

La visita a la capital fue corta pero fructífera, accidente incluido: un coche blanco nos golpeó por detrás en un semáforo. No pude menos que sonreír. Un coche conducido por un culé había sido golpeado por atrás por un coche blanco en Madrid.

- Ehh, que no te he hecho naaa, que no te he hecho naaa...

Aquel amable conductor tenía algo de razón. Quizá hubiera alguna pequeña raya más a añadir a la bonita colección que lucía mi parachoques trasero, pero en cualquier caso no se trataba de nada que mereciera un parte para la compañía de seguros. Así que aprovechamos la constructiva charla para apartar el vehículo de la vía y preguntar en un bar cercano como podíamos salir de la ciudad.

No tengo duda de que en Madrid deben vivir cientos de miles de personas muy agradables, pero tal vez no frecuenten aquel bar. A pesar de todo, entre miradas hostiles dignas del más duro Saloon del Far West conseguí la información que necesitaba y pusimos rumbo a Soria. No sin antes realizar la anotación mental de intentar no entrar en Madrid en nuestro regreso a Barcelona.

¿He dicho que pusimos rumbo a Soria? España es grande. Castilla también. Anchos sus campos... y sus carreteras nos parecieron todas iguales. Pero por fin tras muchos kilómetros sin saber dónde estábamos comprendimos que en cierto cruce cercano debíamos dirigirnos hacia el norte si queríamos llegar algún día a Salamanca: habíamos tomado la carretera hacia Talavera, y una desviación hacia el norte ponía rumbo a Ávila mediante la carretera 403.

Encauzado por fin nuestro viaje, en el kilómetro 45 de esa carretera una parada obligada me reportó el primer bimbo del viaje: por primera vez en mi vida observé al enorme buitre negro (Aegypius monachus), en un lugar tan hermoso como era una gasolinera perdida en una carretera secundaria. Un par de ejemplares compartían cielo con algunos buitres leonados.

Buite negro (Aegypius monachus)


Antes de comenzar el viaje le hablé a Carlos de los posibles bimbos que podría realizar en aquellas tierras, y le hice una promesa: si llegaba a cinco, me pagaba una cena. Y comenzábamos pronto a rellenar casillas. Cuatro más en el saco y gustosamente sacaría el talonario para celebrar la hazaña.

Pero aquel viaje parecía destinado a intercalar grandes observaciones con muchas horas de tedio pajaril. En adelante no vimos más que asfalto y más asfalto. Pero la perspectiva de llegar a nuestro destino tras muchos cientos de kilómetros era suficiente aliciente para no caer en el desánimo.

Obviaré muchos detalles. A veces casi olvido que estoy escribiendo en un blog. Explicar bien un viaje implicaría escribir mucho más de lo que me permite hacerlo este formato. En una crónica como ésta me veo obligado a resumir una travesía por buena parte de España en muy pocas líneas. Pero veo compensando el esfuerzo de no escribir más por las enormes ventajas divulgativas que ofrece un medio como internet. Salvemos, pues, la distancia que nos separa de Salamanca con un toque mágico de escritura.

Finalmente apareció ante nosotros. Podría dar una descripción romántica sobre la ciudad. Podría describir mis impresiones, mis sensaciones al hallarme por las calles por las cuales alguna vez Fray Luis de León caminó... pero mentiría si contara que sentí algo con mi primer vistazo: las ganas de bajar del coche eran más fuertes. Fuimos directos a buscar el cámping Don Quijote. Alejado del casco urbano, y cercano a la carretera que nos llevaría al Azud de Riolobos, estaba perfectamente situado para nuestros propósitos. Llegamos a él, descansamos un poco y plantamos la tienda de campaña.

El Azud de Riolobos era una zona húmeda de gran interés en aquella época pero desgraciadamente venida a menos en la actualidad por la falta de aportes de agua. Sin embargo hace diez años bullía de vida.

A pesar de que era tarde, aún tuvimos tiempo aquel mismo primer día de viaje de acercarnos hasta allí, sobre todo para calcular distancias y tiempos de desplazamiento, e intentar hacernos una primera idea de su aspecto y tamaño. Ya dedicaríamos más horas al día siguiente para explorarlo con detenimiento.

Azud de Riolobos



La primera jornada terminó sin embargo con algunas especies interesantes: 6 cigüeñas y un halcón peregrino en Salamanca, un águila calzada de fase clara sobrevolando el cámping, grajillas, perdices y una liebre en el Azud. No había sido más que un primer contacto con la provincia. Ése había sido el objetivo de la primera jornada: llegar, conocer el terreno que debíamos explorar y descansar adecuadamente, para poder así intensificar nuestros esfuerzos al día siguiente.

Descansar adecuadamente implicaba sentarnos en la terraza de un bar a tomarnos una cerveza (un refresco en el caso de Carlos, quien no bebe alcohol) y comer algo. La amable encargada del bar debió notar en algo nuestra procedencia, pues con una enorme sonrisa nos preguntó si queríamos pan con tomate para el bocadillo que le habíamos pedido. "Paamtomaca" (pa amb tomaquet), la comida celestial de cualquier catalán que se precie.

Disfrutamos aquel primer día de la ciudad de Salamanca: un estómago complacido, una sed saciada, una bonita ciudad con mucha piedra y hermosa iluminación natural hacen una buena combinación. Con las necesidades básicas cubiertas, sí pude complacerme por fin en la medieval hermosura del lugar.

El día 13 terminó y nosotros dormimos como lirones para afrontar con fuerzas la jornada siguiente, que se presumía agotadora.

Comentarios

  1. Diommmio, 10 años ya de todo aquello, mi primera gran experiencia "orni". No recuerdo si por aquella época ya trabajábamos juntos en la ya desaparecida Gesmicro o si aún eramos unos "colegiales", aunque supongo que por la edad de aquel entonces más bien debía ser la primera opción.
    La verdad es que guardo un grato recuerdo de aquel viaje, aunque no tan detallado como el amigo Jordi, y puedo prometeros que fueron unas de mis vacaciones más bonitas, añorables y todos los adjetivos similares que ya ha usado él más todos los que os imaginéis.
    Me muero de ganas por seguir leyendo lo que sigue e ir recordando más y más cositas a medida que leo, al igual que esta primera parte ya ha hecho aflorar en mi senil memoria ciertos buenos momentos acompañado de mi buen amigo Jordi.
    Te quiero tio :-)

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    Respuestas
    1. Ya habíamos dejado Gesmicro (yo me hice autónomo a primeros de aquel año). Sí que ha llovido, sí.
      Me alegro mucho de que te haya gustado la entrada. Ahora solo tendrás que esperar 10 años más para leer la segunda parte.
      Yo también os quiero a los 3. :)

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    2. No creo que te dejase vivir mucho más de 1 mes sino sigues con la siguiente parte, amic meu.

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