Una de esas aves

En ocasiones cuando nos reunimos los ornitosectarios (Dani González, Jaume Castellà, Quique Carballal, Joan Grajera y yo) hablamos de aquellas especies que todavía  no hemos visto y que por un motivo u otro nos gustaría llegar a contemplar algún día.

Dani y yo por ejemplo recordamos los "tres nombres graciosos":
  • Chorlito carambolo (Charadrius morinellus)
  • Piquituerto lorito (Loxia pytiopsittacus)
  • Camachuelo trompetero (Bucanetes gigathineus)
De esos tres nos falta a ambos el camachuelo trompetero. Algún día caerá.

Sin embargo los ornitólogos tenemos aún más ganas de ver otras especies que despiertan en nosotros unas sensaciones especiales, distintas a las que provoca un nombre curioso. A veces es por el tamaño, o por los colores, o por el género al que pertenece, o por el hábitat que ocupa... En mi caso particular recuerdo que en mis primeros años de observador de aves a veces soñaba (literalmente, mientras dormía) con algunas especies. Me viene a la mente en concreto el caso de la espátula (Platalea leucorodia). Cuando finalmente la vi en carne y hueso dejé de soñar con ella.

Realmente no sé por qué soñaba con la espátula y no con el búho real. Tal vez lo hice pero lo he olvidado. El búho real (Bubo bubo) es para mí una de esas especies mágicas. Lo he visto varias veces ya, pero lo vería un millón más si pudiera. Sus gigantescos ojos naranjas, asomados bajo unas cejas que parece que expresen cierto desprecio hacia ese pequeño ser inferior que es el hombre, me sobrecogen de tal manera que cuando los miro siento que no estoy frente a un integrante más de nuestra avifauna, si no ante un auténtico ser mitológico.

Otras especies que pueden despertar en mí sensaciones parecidas serían el urogallo, el búho nival y el cárabo lapón, las tres todavía en la lista de "pendientes".

De las cuatro últimas que he mencionado, tres son tipos de búhos. Me tiran mucho las nocturnas. Pero si bajo un poco (muy poco) el listón de la exigencia puedo abarcar ya bastantes más aves. Son en especial el grupo de las rapaces diurnas las que también me hacen acercarme a ese famoso orgasmo ornitológico del que ya he hablado tantas y tantas veces (ver un cárabo lapón o un urogallo sería algo más semejante a un éxtasis divino).

Entre las rapaces diurnas hay también preferencias. Algunas son muy agradables de ver, agradecidas en potencia por su abundancia y proximidad, como el cernícalo (Falco tinnunculus), por su espectacularidad y gran tamaño, como el quebrantahuesos (Gypaetus barbatus), por su belleza, como el marmóreo y vermiculado azor (Accipiter gentilis)...

Hoy voy a hablar del fenomenal y curiosísimo encuentro que tuvimos con una de las rapaces que aúna un gran número de razones para mover a varios ornitosectarios tras su rastro. Se trata del aguilucho papialbo.

Originario del este de Europa, este ave de fina silueta y colores pálidos se hace cara de ver por nuestras tierras, aunque cada vez sus observaciones son más numerosas.

Para mis amigos y yo, sin embargo, se había convertido en algo así como un fantasma. Tras varios años controlando el paso migratorio postnupcial por la comarca del Maresme sin haber conseguido todavía ni un solo registro de macrourus, empezamos a pensar que el ave se nos negaba de una manera cansina, que en cualquier caso no podríamos tildar de frustrante porque se trataba al fin y al cabo de un animal muy escaso en Europa occidental.

Parecía claro que si queríamos verla habría que ir a buscarla. Y eso hicimos el 6 de abril del año 2014. Días antes Gerard Dalmau había descubierto un ejemplar en el pueblo de Cinclaus, en el Baix Empordà (Girona). Puesto que ya habían sido muchos los observadores que habían pasado por el lugar con resultados satisfactorios, decidimos también nosotros probar suerte. Fuimos Quique Carballal, Jaume Castellà y un servidor.

Jaume sentado a la mesa, Quique de pie detrás.


El restaurante Mas Concas.


Cinclaus no es un pueblo grande. De hecho, es minúsculo. Apenas has entrado en él, ya estás saliendo. Una calle principal lo atraviesa, y en su centro una plaza acoge al hermoso restaurante Mas Concas, situado en una antigua masía del siglo XVII, entre cuyas paredes vivieron Caterina Albert, escritora catalana (con el pseudónimo de Víctor Català) y Lluís Albert i Rivas, compositor de música y sobrino de la escritora.

Flanquean la plaza algunos muretes y unas pocas casas más. Quedan allí además construcciones medievales y románicas. A pesar de su pequeñez, se puede sentir en Cinclaus la sensación de estar en un gran lugar. Al menos uno bello. Rodeado de grandes y llanos campos de cultivo, carrizales y bosquetes, el pueblo ofrece la tranquilidad y placidez que hace feliz a los ornitólogos.

Iniciamos nuestra búsqueda en un pequeña colina cercana. Nuestros telescopios otearon el paisaje descubriendo muchas aves. Era temprano y el mundo rebosaba vida. Algunos alcaravanes correteaban por unos terrenos arados, tres zarapitos reales descansaban en unos prados inundados, los milanos negros surfeaban por el aire... No había ni rastro del aguilucho papialbo, pero ya suponíamos que tendríamos que tomárnoslo con calma. El área era vasta, y aunque nuestras miradas llegaban lejos, había mucho por explorar.

Culebrera europea / águila culebrera (Circaetus gallicus)



Estuvimos un buen rato en la colina. Caminamos un poco hacía aquí, luego un poco hacia allá... Empezamos a decidir qué haríamos a continuación. Posiblemente coger el coche para trasladarnos algunos kilómetros hacia el norte. Como animándonos a emprender la tarea, en la lejanía un ave sospechosa sobrevolaba los campos alejándose de nosotros. Era un aguilucho, no había duda, pero la distancia y la luz no ayudaban a discernir nada. Podría ser un cenizo o un lagunero. De esta última especie ya habíamos visto algunos ejemplares en el rato que estuvimos allí.

Perdimos al aguilucho de vista. Su desaparición nos puso en movimiento.

Tarabilla norteña (Saxicola rubetra)


Triguero (Emberiza calandra)


Aguilucho lagunero (Circus aeruginosus), macho.



Condujimos con calma hacia el punto en el que creíamos que habíamos visto al fugitivo mientras tomábamos nota de todo cuanto veíamos u oíamos. Disfrutamos de una tarabilla norteña y de innumerables trigueros. Recorrimos la comarca por espacio de un par de horas, pero todos los intentos fueron infructuosos y al final tiramos la toalla.

Demasiado espacio por recorrer, demasiados lugares en los que un ave podría moverse u ocultarse.

Decidimos que ya habíamos agotado el lugar. Nada más nos esperaba en Cinclaus. Dispusimos que iríamos hacia el norte, en dirección a la desembocadura del río Fluvià primero y a los Aiguamolls de l'Empordà después, dónde seguro podríamos ampliar la lista de aves observadas.

¿Cuántas aves puedes identificar? La respuesta al final de la crónica.


Pero antes de eso Jaume tuvo la genial idea de almorzar algo en el restaurante Mas Concas. Quique y yo estuvimos de acuerdo. No todo es ver pájaros en la vida del ornitólogo. Siempre se puede dedicar unos minutos a llenar el estómago de hamburguesas y cervezas.

Porque eso fue lo que pedimos: hamburguesas y cervezas. Aunque aún era media mañana decidimos que era mejor comer algo fuerte para aguantar así unas cuantas horas. Tomamos posesión de una de las mesas de la terraza. Estábamos solos y descargamos los bártulos: prismáticos, cámaras de fotos, móviles... y entonces grité:

- ¡MACROURUS!

La escena se congeló.

Yo estaba semisentado. Aún no había aposentado mi culo en la silla, y así me quedé, la vista fija en el cielo. El ave planeaba en círculos lentamente, a no mucha altura sobre la plaza. El camarero apareció por la puerta con las hamburguesas y las cervezas. Quique y Jaume miraban en la misma dirección que yo. Durante un segundo nadie dijo nada.

Pero al momento se desató la locura. Agarramos de nuevo los prismáticos y las cámaras de fotos. El camarero nos miró extrañado. No acierto a imaginar que le pasaría por la cabeza cuando vio a tres tipos raros saltando por la plaza en un domingo apacible como aquél. Miraban hacia el cielo y salían corriendo en el momento que les acercaba la comida. Le aclaramos (sin dejar de vigilar al aguilucho) que sí queríamos las hamburguesas (una cosa no quita la otra). Las dejó sobre la mesa como si aquello fuera lo más normal del mundo y volvió al interior de la masía.

Sin preocuparnos de que se enfriara la comida centramos nuestros esfuerzos en el deleite de observar al aguilucho papialbo. Pero quizá a éste no le gustaron nuestros correteos arriba y abajo por las calles del pueblo, buscando mejores posiciones para observarlo y fotografiarlo. Se desplazó unos metros y un muro nos privó de su visión.

Desesperamos... pero son ya muchas tablas. Adivinamos más o menos por donde podría aparecer de nuevo. Al fin y al cabo Cinclaus es pequeño... Miramos detrás del restaurante... ¡allí estaba!

Se nos unió a la fiesta Gerard Dalmau, el ilustre descubridor de aquel ejemplar, y que justo en aquel momento llegaba en busca de la rapaz. A pesar de que el ave comenzaba ahora a coger altura, pudimos por fin disfrutarlo largamente. Durante unos minutos largos ascendió y ascendió hasta que de puro cansancio decidimos volver a la mesa sobre la cual nos esperaban los manjares. Brindamos con cerveza, la cual supo mejor que nunca.

Aguilucho papialbo (Circus macrourus)







Bimbar un ave nueva siempre es un placer.

Bimbar aguilucho papialbo tiene un plus.

Bimbar aguilucho papialbo mientras te comes una hamburguesa y bebes cerveza, y te das cuenta de que el ejemplar es un macho precioso, y además consigues unas observaciones excelentes y fotos... eso es un orgasmo ornitológico en toda regla.

Era curioso pensar que nos habían dicho que había un macrourus en Cinclaus... ¡y realmente lo vimos en el mismísimo Cinclaus!

¿Qué decir de aquél día? Fue una sensación extraña. Tiras la toalla y al segundo siguiente triunfas. Y todo gracias a la gran sugerencia de Jaume, que fue quién propuso comer algo. Creo que nunca se lo agradeceremos lo suficiente.

Cómo bien explica Quique en su blog, el desayuno siempre es importante. No os perdáis esta lectura porque es una maravilla:
http://ausalbarcelons.blogspot.com.es/2014/04/la-importancia-desmorzar-sa.html

No variamos los planes del resto del día. Fuimos poco a poco avanzando hacia el norte hasta terminar en los Aiguamolls de l'Empordà. No entraré en detalles porque me alargaría demasiado, pero fue un día espectacular. En total identificamos 97 especies de aves diferentes, algunas tan interesantes como el gorrión chillón, la espátula, la cerceta carretona o las grullas.

Garza imperial (Ardea purpurea)


Cigüeñuela (Himantopus himantopus)


Zampullín chico (Tachybaptus ruficollis)


Lavanderas boyeras (Motacilla flava) siguiendo a las vacas


Pero sin duda el número uno fue el macrourus. Por fin pudimos tacharlo de nuestras listas. La rapaz fantasma dejó de serlo, al menos para algunos de nosotros.


NOTA: aves presentes en la foto de los Aiguamolls...

Ánade silbón (Anas penelope)
Ánade real (Anas platyrhynchos)
Cuchara común / pato cuchara (Anas clypeata)
Cerceta común (Anas crecca)
Garceta común (Egretta garzetta)
Morito (Plegadis falcinellus)
Abubilla (Upupa epops)

Comentarios

Entradas populares de este blog

Aythya collaris en Lleida

Fantasmas en la noche

Israel: 23-03-2022, Saxicola maurus y Circus macrourus