Brasil 2017, sexta parte: Jardinópolis, el lugar paradisíaco donde matan ratas a palazos.

16 de agosto. Volví a la carga.

El radiante sol que entraba por la ventana de la habitación nos anunciaba que comenzaba un hermoso nuevo día en Brasil.

Jardinópolis



Pero no estaba en mi casa. No podía salir imprudentemente a pasear por ahí por propiedades ajenas. Era un simple invitado, así que me lo tomé con calma y con cierta timidez asomé la nariz por el exterior. Encontré a Valmor, nuestro anfitrión. Ya estaba enterado de mi gusto por las aves: la noche anterior, durante la cena, Henrique sacó el tema. Me presentó a su familia de esta manera:

- A Jordi le gusta ver aves, ¡siente pasión por ellas! Le encantan, no se le escapa ni una y hemos podido ver cosas que no sabíamos ni que existían.

Me llenaron de orgullo sus palabras, y no pude evitar esbozar una sonrisa recordando como había cambiado su discurso con el paso de los días, cuando inicialmente me presentaba con las palabras:

- El hobby de Jordi son las aves.

Mis pobres compañeros de viaje me habían sufrido en sus propias carnes, y ahora Henrique no podía dejar de remarcarle a Valmor que...

- ...no es un hobby, ¡es una obsesión!

Finalmente lo había comprendido. Por fin habíamos pasado del hobby a la obsesión enfermiza.

Así pues, aquella mañana Valmor me invitó a dar un paseo por el jardín. Me mostró sus gallinas y el espléndido gallo con pantalones. Hablamos de tucanes y me explicó que los había oído aquella misma mañana con las primeras luces del alba, pero al parecer se habían marchado a otra parte, oh, qué pena. No vimos ni uno, así que tuve que conformarme con... ¡loros! Varios ejemplares de Pionus maximiliani se posaron en la copa de un árbol cercano, en el bosquecillo adyacente a la finca. Me saludaron, me dieron los buenos días y amablemente posaron para mí largo rato.

Loro choclero - Pionus maximiliani




Zorzal chalchalero - Turdus amaurochalinus



Disfruté de otras especies como la pomba carijó o el curicaca (Theristicus caudatus). Algunos ejemplares de esta última especie pasaban volando de vez en cuando sobre Jardinópolis.

A los pocos minutos se nos unieron tanto mis compañeros de viaje como la familia de Valmor. En pocos lugares me he sentido tan abrumado por la hospitalidad recibida como en Brasil. Tras llenar los estómagos con el espléndido desayuno con el que nos obsequiaron nuestros anfitriones, nos dispusimos a partir con destino Foz do Iguaçu, pero no sin antes despedirnos de ellos, agradeciéndoles su generosidad y la gran consideración que tuvieron con nosotros.

Arrancamos el vehículo y descendimos de la colina donde estaba la casa hasta el centro del pueblo. A pesar de su bonito nombre, Jardinópolis tiene ratas. Estábamos detenidos en un cruce cuando vimos un enorme animal que levantaba gritos a su paso mientras correteaba junto a varias personas en una gasolinera situada en el otro lado de la calle. El roedor decidió que ya había soportado lo suficiente y cruzó al otro lado de la vía, pero fue una mala decisión. En la otra acera le esperaba su destino: un obrero la vio venir y le asestó un palazo que fue fatal para ella.

Tras superar el shock inicial, decidimos seguir adelante.

En los primeros kilómetros tras abandonar Jardinópolis vimos por fin un mochuelo: se hallaba posado en el suelo junto a la carretera y pasamos a su lado con el coche. Era el segundo bimbo del día tras el loro. No iba mal la cosa. La coruja (Athene cunicularia) era una de las especies que más ilusión me hacía ver (siento especial devoción por las aves nocturnas) y se había hecho esperar pero al final había aparecido.

En San Lorenzo pasamos raudos junto a un grupo de Theristicus caudatus que estaban parados en un prado junto a la carretera.

Muchos kilómetros después llegamos por fin a Foz do Iguaçu y a nuestro hotel, situado en el centro de la ciudad. Un benteví posado en un cable nos dio la bienvenida, o más bien la bentevida, jaja. Pero me reí muy poco cuando al bajar del coche mi cámara cayó al suelo recibiendo un golpe tremendo. Me dio un vuelco el corazón. Maldije a los cuatro vientos mientras daba un portazo en el coche que levantó las miradas airadas de mis compañeros (no me lo tengáis en cuenta, por favor, perdonadme). Cogí la cámara casi temblando, temeroso de que hubiera muerto en su primera aventura, ya que la estrenaba en Brasil. Y de que no pudiera realizar ninguna foto más justo cuando estaba a punto de visitar el parque nacional de las cataratas del Iguaçu, y además con más de la mitad del viaje por delante. Pero los milagros existen. La cámara superó la prueba inicial: se encendió y me mostró las imágenes grabadas en la tarjeta. Además parecía enfocar correctamente.

Respiré aliviado y con el aire se marchó también buena parte de la tensión acumulada por los kilómetros y kilómetros de travesía sin poder disfrutar de las aves con las que me había cruzado aquella mañana. Nos instalamos en las habitaciones y fuimos a dar una vuelta con el coche. Óscar y Henrique nos llevaron a ver el Marco das Três Fronteiras: la confluencia de los ríos Iguazú y Paraná en el punto en el que convergen las fronteras de Brasil, Argentina y Paraguay.

El lugar se hallaba a las afueras de la ciudad. Dejamos el coche en el aparcamiento y yo opté por quedarme allí viendo pájaros. Mis cuatro compañeros de viaje escogieron entrar a ver una exposición en el mirador. Así pues me quedé fuera e intenté ser productivo: paseé arriba y abajo, ascendí una pequeña ladera de algunos metros de altura... volví a bajar, me asomé de nuevo a la barandilla que daba al río...

Al otro lado del río, Paraguay; a la izquierda, al fondo, Argentina.



El balance final fue excelente, aunque las horas pasaron con lentitud y las aves aparecieron con cuentagotas. Además de un hornero que paseaba por el aparcamiento pude ver un ejemplar de Campylorhynchus turdinus en un árbol cercano. Sílvia, Pili, Óscar y Henrique seguían dentro del mirador.

Cucarachero turdino (Campylorhynchus turdinus)



Cacique lomirrojo (Cacicus haemorrhous)



Desde lo alto de la ladera se vislumbraba la orilla argentina. La paraguaya era visible desde cualquier punto, justo enfrente de la barandilla del aparcamiento, al otro lado del río. Yo seguía a la espera de más aves, y tuve premio gordo. Un enorme martín pescador apareció volando muy alto sobre el agua, aún más alto que mi propia posición. La iluminación no era muy buena debido al contraluz. Soltó un único y simple gritito: ¡krek!.

La guía de aves hizo el resto: "...is the only kingfisher that ever flies high above ground, then often emitting a loud harsh -krek!-".  El único martín que vuela muy alto sobre el campo, momento en que a menudo emite un potente krek. ¡Un martín gigante! ¡Bimbazo de Megaceryle torquata! Quedé maravillado y encantado con mi libro. Nunca una guía había sido tan guía.

Río Paraná



Extasiado con el premio a mi infinita paciencia, me deleité aún más con la siguiente ave: una de las observaciones más mágicas de mi viaje a Brasil. Pero ésta también me hizo esperar.

Pasaron los minutos sin novedad alguna. En algún momento caminé hasta la entrada del recinto del Marco das Três Fronteiras, con la esperanza de que mis amigos salieran ya. Me sentía solo y quería estar con ellos. Pero no aparecían. Me alejé de nuevo. Regresé otra vez. Así varias veces, y en uno de esos lances una fotógrafa oficial del centro se me aproximó: me preguntó muy seria qué hacía yo allí parado con una cámara. Sin duda deben echar a menudo a fotógrafos ilegales que se ganan la vida vendiendo las fotos a los visitantes. Le expliqué que buscaba aves y le enseñé el libro, mi maravilloso libro. Quedó convencida y se tranquilizó.

(un friki de los pájaros...)

Al parecer yo no tenía mucha pinta de fotógrafo ilegal (y puede que de turista tampoco).

Pasó el tiempo. La luz menguaba y menguaba y mis amigos seguían sin aparecer. Finalmente se hizo de noche. Ya a oscuras, decidí refugiarme en el acceso al mirador, mucho más iluminado.












Junto a la entrada unas luces verdes situadas en el suelo alumbraban insuficientemente la noche brasileña. Pero el resplandor esmeralda era hermoso y aumentaba la sobrecogedora sensación de misterio.

Tras una larga espera aparecieron por fin mis cuatro compañeros. Óscar, Pili y Henrique se encaminaron hacia el coche. Sílvia y yo les seguíamos detrás. Mientras hablaba con ella, junto a una de las luces verdes del suelo se alzó en el silencio un gran pájaro. Voló un par de metros y descendió inmediatamente tras gritar en un buen inglés:

- WE ARE!

Me quedé anonadado, estupefacto, boquiabierto. Para mí frustración, Sílvia no había visto nada. Fue sólo un instante, ¡pero qué instante! Acababa de contemplar un fantasma, un chotacabras sudamericano con manos y rectrices blancas. Aún no sabía qué especie, pero fuera cual fuese, ni en mis mejores sueños contaba con una observación tan maravillosa como la que acababa de vivir. Para nada esperaba ver algo así durante el viaje, y mucho menos en circunstancias tan bonitas.

Aquí revoloteó. Por cierto, el verde es mi color favorito.





Tiempo después, en Barcelona, consultando la web xenocanto di al final con el autor del grito. Estuve barajando diferentes posibilidades entre varias especies, pero ninguna coincidía con la voz. Finalmente apareció. Ahí estaba, un "we-are!" bien alto y sonoro: chotacabras pauraque, Nyctidromus albicollis. Maravilla del mundo natural, que pude contemplar ni que fuera por una única vez en mi vida. Me sentí dichoso. Again.

La jornada se saldó de una manera menos mística y mucho más terrenal: cenamos en una pizzería de la ciudad con la ilusión de una nueva jornada que prometía mucho. El día siguiente tendría que ser por fuerza uno de los mejores del viaje. Íbamos a visitar las cataratas del Iguaçu.

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