Mecánica cuántica y aves

Voy a internarme un poquito en el mundo de la física para hablar del famoso experimento de la doble rendija, inicialmente diseñado por Thomas Young en 1801.

Consiste en recortar dos rendijas en una superficie adecuada, por ejemplo una pared. Estas rendijas no han de estar muy separadas la una de la otra, tan solo unos pocos centímetros. Si miramos por ellas lo que vemos es la pared del fondo de la habitación contigua, que lógicamente suponemos que está a más distancia que la que separa ambas rendijas, por ejemplo a unos cuantos metros de distancia. A esta segunda pared vamos a llamarle "pantalla".

Si disparamos piedrecitas o canicas (o lentejas) a través de los agujeros éstas irán dejando marcas en la pantalla. Algo así como:


Imaginemos un estanque de agua. Si lanzamos una piedra, se crean ondas, como todos sabemos. Supongamos ahora que inundamos de agua las habitaciones y lanzamos una piedra en la primera. Se originarán ondas, como en el estanque. Éstas atravesarán las dos rendijas y llegarán a la pantalla del fondo más o menos de la siguiente manera:


Supongamos que estas ondas pudieran dibujar un patrón en la pantalla de nuestro experimento. Acabará apareciendo lo que se denomina un patrón de interferencia:


El experimento es el siguiente: en lugar de lanzar lentejas vamos a lanzar electrones, uno  por uno, para ver cómo se comportan.

Si lanzamos un electrón veremos que nos deja un puntito en la pantalla, como ocurría con nuestra lenteja voladora (ocurriría lo mismo con un garbanzo, pero con una sandía obtendríamos un resultado imprevisible). Esto nos indicaría que los electrones se comportan como partículas.

Vamos a ir lanzando unos cuantos más, sin apuntar mucho a una rendija o a la otra, simplemente los vamos tirando. Algunos entrarán por una, otros por la otra, y otros rebotarán en la primera pared. Los que lleguen a la pantalla del fondo irán dejando puntitos y más puntitos.

Cada puntito que queda marcado en la pantalla nos indica que el electrón se ha comportado como una partícula que ha chocado. Podemos suponer que ha pasado por alguna de las dos rendijas. Sin embargo, curiosamente, el patrón que dibujarán los miles de electrones que hemos lanzado se asemejará cada vez más al que dejarían unas ondas y no unas partículas: un patrón de interferencia. Esto nos llevaría a pensar que en realidad se están comportando como ondas y no como partículas, y que por lo tanto han pasado por las dos rendijas a la vez.

Aquí viene lo bueno: si echamos un vistazo para comprobar si eso es cierto lo que veremos será un electrón comportándose como una partícula, es decir, pasando sólo por uno de los agujeros. Pero mientras no "miremos" el electrón estará en todas partes. En resumen, que la aparición del "observador" tergiversa la realidad y nos impide conocer con exactitud qué está ocurriendo. La partícula que estaba en todas partes ya no pasa por las dos rendijas, sólo por una de ellas.

Esto, por supuesto, no es exactamente así, se trata de una forma muy simplista de explicar un experimento famoso, pero nos va a servir para explicar otro gran misterio del universo, o como mínimo para encauzarlo y descubrir por dónde van los tiros.

A nivel de partículas la física se acoge a lo explicado anteriormente. A nivel macroscópico esto no se cumple. Excepto en el caso de las aves.

Espeluznante testimonio de la desaparición de un dodo:

Seguro que el ornitólogo experimentado estará familiarizado con esta situación: va paseando tranquilamente por el campo disfrutando del canto de las currucas y los zarceros, de las voces de alarma del mirlo, de los gritos del pito real y de los energúmenos. Muchos sonidos pero pocas observaciones. De repente algo aparece volando, no podemos ver muy bien qué es pero quizá intuimos la especie, tal vez un abejaruco. Alzamos los prismáticos satisfechos porque por fin vamos a poder observar algo. Pero tal como enfocamos el ave, que iba con buena velocidad, pasa por detrás del único árbol presente en todo el paisaje. Por supuesto, nosotros seguimos la trayectoria con los prismáticos sabedores de que aparecerá por el otro lado del árbol. Sin embargo, no es así.

¿Qué es aquello que va por el suelo? ¿Una perdiz? ¿Una polluela? ¿Un corredor sahariano? La visibilidad no es buena, pero apuntamos con los prismáticos y vemos como un cuerpecito va caminando y pasa tras la única piedra de tamaño aceptable del árido suelo. El ave queda oculta pero nos pareció que caminaba hacia algún punto situado más allá. Es decir, sabemos que aparecerá de nuevo cuando deje atrás la piedra... sin embargo, no es así.

En ambos casos, tras un tiempo prudencial durante el cual nos sentimos un poco estúpidos en la confianza de que el pajarillo aparecerá, nos acabamos acercando al árbol o a la piedra. Y lo rodeamos. Y por supuesto, descubrimos que ahí no hay nada.

Expongo como ejemplo un caso real. No hace mucho, paseando por el Pirineo me topé con lo que parecía ser un simpático ejemplar de dodo (Raphus cucullatus). Con los prismáticos no lo veía muy bien. Alcé mi cámara de fotos pero en cuanto enfoqué, el ave caminó y pasó por detrás de la piedra que se ve en las imágenes que acompañan a este texto. Pensé que saldría por el otro lado, pero no fue así. Esperé y esperé, y al final decidí acercarme ante el convencimiento de que se había ocultado tras ella.

Rodeé la piedra y... ¡oh, sorpresa! ¡Tras ella no había ningún dodo!

Este drama se repite continuamente en nuestras montañas, en nuestras marismas, en nuestras dehesas, incluso en nuestros mares, donde piedras flotantes parecen tragarse a pardelas y pingüinos.

Podemos concluir, compañeros ornitólogos, que las aves son las únicas criaturas formadas por partículas que extienden su dualidad onda-partícula al mundo macroscópico de una curiosa manera: mientras se dejan observar son visibles. Pero en cuanto se ocultan... ¡ah, amigo!

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