Israel: 19-03-2022, camino a Eilat

Partimos con las furgonetas hacia nuestro destino, Eilat, donde teníamos habitaciones reservadas en el hotel Melony. Ése iba a ser nuestro cuartel general, desde donde partiríamos todas las mañanas para explorar distintos puntos de Israel.

Eilat está situado a unos trescientos cincuenta kilómetros del aeropuerto de Tel Aviv en dirección sureste, y el plan era llegar al hotel al anochecer, con tiempo para cenar. Por el camino íbamos a realizar algunas paradas. La primera fue en el desierto de Nizzana para intentar ver la avutarda de Macqueen, en un punto muy cercano a la frontera con Egipto. Nos detuvimos junto a dos vagones de tren parados sobre una vía muerta, acondicionados para ser usados como observatorios.

Era toda una experiencia estar por primera vez en mi vida en un desierto. El sol brillaba con fuerza. Sin embargo, hacía frío y el viento soplaba con rachas huracanadas. Tuvimos que abrigarnos.

Oímos una música en la lejanía que rápidamente creció en volumen. A los pocos minutos aparecieron unos cuantos chiflados en unos vehículos similares a unos quads que parecían sacados de las películas de Mad Max. La música, un sonido atronador con reminiscencias árabes, acalló los aullidos del viento y espantó a todo bicho viviente en cinco mil kilómetros a la redonda. Los locos del desierto simplemente llegaron, aparcaron junto a los dos vagones y allí se quedaron "compartiendo su buen rollo".

Tras un rato que pareció interminable, arrancaron los motores y se alejaron. Poco a poco el silencio fue regresando, e incluso algún ave también. Pude bimbar varias especies: collalba isabel (Oenanthe isabellina), un individuo que se dejó ver a una distancia aceptable; corredor sahariano (Cursorius cursor), un grupito correteando lejos, deformados por la reverberación del aire, y cuatro ejemplares en vuelo (posiblemente los mismos); finalmente, una collalba yebélica (Oenanthe leucopyga), parada a bastante distancia, en una observación de tan mala calidad como inconfundible es este pájaro. Ni rastro de la avutarda de Macqueen. El viento fuerte que seguía soplando no ayudaba. Pero llevarse tres bimbos más al saco en pocos minutos no estaba nada mal. Ya habría más oportunidades para las aves faltantes.

Gente del desierto.

La vista desde los vagones-observatorio.

Collalba isabel (Oenanthe isabellina).

Los vagones.


Volvimos a las furgonetas y nos desplazamos hasta nuestra siguiente parada, Be'erotayim, una pequeña arboleda situada a unos cuatro kilómetros al sur del punto anterior. Fue una visita corta, pero increíblemente provechosa, de la cual saqué nada más y nada menos que seis bimbos más, y otras observaciones tan interesantes como la del águila pomarina.

Los árboles estaban repletos de vida ornitológica. Las especies nuevas para mí fueron la curruca zarcerilla (Sylvia curruca), a la que le tenía muchas ganas; suimanga palestino (Cinnyris osea), el macho precioso, la hembra menos, aunque igual de nerviosa; bulbul árabe (Pycnonotus xanthopygos), ave agradecida, ruidosa y fácil de observar; turdoide árabe (Turdoides squamiceps), y reconozco que ni me acordaba de la existencia de este volátil; en las laderas aledañas, perdiz chúcar (Alectoris chukar), con subidón de adrenalina incluido, ya que correteaba y parecía que iba a esconderse; finalmente, cuervo desertícola (Corvus ruficollis), un ave espectacular también.


Turdoide árabe (Turdoides squamiceps).


Perdiz chúcar (Alectoris chukar). Si dejabas de mirarlas costaba mucho volverlas a encontrar.


Bulbul árabe (Pycnonotus xanthopygos).


Águila pomarina (Clanga pomarina).


Hembra de suimanga palestino (Cinnyris osea).


Más perdices chúcar.


Para retornar a la carretera principal, la que conducía a Eilat, debíamos pasar de nuevo por el primer punto, el de los vagones de tren. Hicimos una nueva parada, pero en esta ocasión prospectamos el lado contrario de la carretera. Los resultados volvieron a ser excelentes, con observaciones de collalba desértica y más perdices.

Perdiz chúcar (Alectoris chukar).


Collaba desértica (Oenanthe deserti). No era bimbo, pero no por ello dejaba de ser una preciosidad.


Cuervo desertícola (Corvus ruficollis).


Ferran nos prometió una visita a un punto muy interesante, las "piscinas" de Nizzana, un tipo de balsas en las que podríamos detectar bastantes aves acuáticas. Se hallaba un poco más adelante, a unos diez kilómetros, aún en nuestro camino de regreso a la carretera principal. Sin embargo, la decepción fue grande al encontrar el paraje prácticamente desecado. Así y todo hallamos especies interesantes, incluida una que creo yo que esperábamos todos con ansia: ¡los abejarucos! Y es que además eran verdes, mi color favorito, un color que me puede. A este superbimbo añadí también dos más, la avefría espinosa (Vanellus spinosus), limícola que, según nos informó nuestro experto guía, íbamos a observar a placer en otros puntos al ser muy común, y el avión isabelino (Ptyonoprogne fuligula), un hirundínido que me hizo especial ilusión.

Abejaruco esmeralda (Merops orientalis).

Empezaba a oscurecer y aún quedaban muchos kilómetros por recorrer, así que pusimos rumbo al hotel.

Por el camino atravesamos el inmenso cráter de nombre Mitzpe Ramon. Su origen no tiene nada que ver con ningún meteorito, sino con la simple erosión. En otra entrada del blog hablaré más de este extraordinario cañón. Llegamos allí casi de noche. Ferran nos habló de los íbices de Nubia, unas cabras que vivían en aquellos acantilados y que posiblemente podríamos ver en una visita que íbamos a realizar a aquel mismo lugar en días posteriores. Nos detuvimos unos segundos en el mirador que hay al inicio del cráter, pero no nos apeamos del vehículo. Fisgué a través de la ventanilla y alcé la vista hacia unas rocas cercanas que se recortaban contra el azul oscuro del último cielo del día, el que precede a las horas dominadas por la negrura y las estrellas.

De repente vi una cabeza armada con un par de pequeños cuernos, recortada como las rocas contra aquel manto exquisito. Parecía que me miraba fijamente. Me quedé maravillado. El niño que vive en todos los ornitólogos volvió a aparecer en mí, y mientras miraba extasiado a través del cristal me sentí muy feliz. Supe que estaba en el lugar adecuado.

Proseguimos la marcha y llegamos al hotel Melony a la hora prevista. Una vez instalados buscamos un sitio por las cercanías para cenar, y el escogido fue la pizzería il Pentolino. Como dijo cierto cruzado, habíamos escogido sabiamente.

Jaume y yo, caras de cansancio tras unas treinta y seis horas sin apenas dormir por culpa de los pájaros. Malditos pájaros.


Personalmente, no entendí mucho la explicación que la camarera nos dio sobre las cervezas, pero no importaba, era cerveza.


Y esto era una pizza que estaba buenísima.

El "día de transición" se había saldado con catorce bimbos (¡catorce!). Al día siguiente íbamos a comenzar a pajarear de verdad. Ferran nos anunció que nos encontraríamos en el hotel pasadas las cinco de la mañana. Me dio sueño solo de oírlo... pero, dadas las circunstancias, me pareció bien. No quería perder tiempo durmiendo.

Una cama para dormir unas 5 horas y el material preparado para el día siguiente. 

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