El halcón y la paloma

El 6 de noviembre del 2021 subí un rato a la azotea de casa. Valía la pena echar un vistazo: tal vez pasara algún grupo de grullas en migración.

Estuve cuarenta y cinco minutos y no anduvo mal del todo. Vi cormoranes, ratoneros, aviones roqueros, pardillos, una alondra, un bisbita común...

El punto más salvaje lo puso otra especie. Al tratarse de un casco urbano es imposible no ver palomas domésticas revoloteando aquí y allá. Una en concreto, blanca como la nieve, decidió ganar altura para, tal vez, darse el capricho de abandonar por una vez la seguridad de los edificios. Pensé que, si apareciera en aquellos momentos un halcón peregrino, iba a ser presa fácil: aislada, muy visible, alta...

Dejé de observarla y me centré en la posible migración de las grullas.

Al cabo de unos minutos vi al halcón. Un adulto. No percibí su llegada, ni la maniobra de caza. Simplemente, pasó frente a mí para mostrarme su trofeo. Los días de la paloma habían llegado a su fin y ella había cumplido su cometido: la abundante presa servía de alimento a la escasa rapaz. El ciclo de la naturaleza seguía su curso y todo estaba en orden.

Una vez más me sentí premiado por el espectáculo que el mundo me ofrecía.

Una vez más me sentí solo. Rodeado de miles de humanos, nadie prestaba atención a aquella maravilla.

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