Finlandia-Noruega 2007 (parte 8): de Rovaniemi a la península de Varanger (cuarta parte). Éxtasis en Varanger.

Escribo aquí la cuarta y última entrada correspondiente al tramo de viaje que nos llevó desde Rovaniemi, en Finlandia, hasta el principio de la península de Varanger, en el extremo norte de Noruega.

Posteriores entradas relatarán qué vimos, qué hicimos, cómo vivimos las maravillosas jornadas que pasamos en Varanger, aquel bellísimo lugar. Pero primero quiero contar como fue nuestra llegada, cómo fueron las últimas horas de aquel viernes 6 de julio del año 2007, y las primeras horas del día siguiente.

Como dije en la entrada anterior, nos alejábamos de la frontera en nuestro coche alquilado. Algunos árboles flanqueaban la carretera, pero no muchos. De hecho, cada vez se veían menos, y a medida que se acercaban las horas nocturnas y llegábamos más y más al norte el paisaje se aclaraba de manera ostensible.

Estábamos en la tundra.

Apareció junto a nosotros el río Tana. No podíamos avanzar sin dejar de mirar por las ventanillas hacia el agua, que quedaba a un nivel bastante más inferior que el de la carretera. En un momento dado nos pareció ver una foca, pero resultó ser un simple submarinista. Sin embargo este avistamiento no podemos considerarlo una auténtica anécdota, ya que en ningún momento llegamos a estar convencidos de que aquello fuera un pinípedo... o tal vez sí. Tal vez Cristina gritara en algún momento: "¡es una foca!".

Al cabo de varios kilómetros un puente atravesaba el río Tana, río que desemboca en el fiordo de Tana, que da al mar de Barents, en el océano glacial ártico. Pasado el puente unos pescadores preparaban unos aparejos en la fría orilla. Por la presencia de unas pancartas y de unos pocos vehículos parados en aquel lugar dedujimos que había tenido lugar algún tipo de fiesta local, e incluso parecía que aún continuaba en cierta manera. Nos detuvimos unos minutos para poder contemplar de cerca un adulto de gaviota argéntea (Larus argentatus) que se hallaba posada muy tranquila a pocos metros de nosotros.

Río Tana
Gaviota argéntea (Larus argentatus)

Continuamos la marcha y al poco la carretera se apartó definitivamente del río, tomando rumbo al este, hacia el fiordo de Varanger.

En el tramo que nos llevó del río hasta el fiordo pudimos contemplar un paisaje algo tétrico. Los campos oscuros, con apenas algún que otro arbolito de ramas secas, se sucedían uno tras otro sin gran variación. Volvieron las voces bajas y el silencio al interior del vehículo. La experiencia de visitar un paisaje nuevo, un hábitat, un ecosistema que no habíamos conocido hasta aquel momento ninguno de los tres integrantes de la expedición nos llenaba de respeto y admiración. Y más cuando la imagen que pasaba rauda junto a nuestras ventanillas era tan lúgubre y mortecina como aparentemente carente de vida.


Pero por fin llegamos. Varanger nos daba la bienvenida. El ambiente era totalmente nórdico, tanto en lo referente al clima como al medio ambiente, y por supuesto también en lo referente a la fauna.

En efecto, pocos kilómetros después vivimos uno de los momentos más recordados de nuestro viaje, si no el que más. Una apoteosis ornitológica total, un éxtatis faunístico en toda regla, una revelación divina, un cúmulo de sensaciones que es lo que nosotros, los ornitosectarios, damos en llamar "orgasmo ornitológico".

Habíamos tomado la carretera que recorre la península por su vertiente sur, y poco antes de Nessebi nos detuvimos. Aparcamos el coche cerca de la orilla. Ya estábamos propiamente en Varanger, pisando su suelo. Era el comienzo de tres jornadas maravillosas en las que nuestras aspiraciones naturalísticas quedarían más que colmadas. Desde el primer minuto que estuvimos allí.

En aquel punto en el que nos habíamos detenido, entre la medianoche y la una de la madrugada del recién llegado día 7, con nuestros telescopios observamos un sinfín de aves que no habíamos podido detectar hasta entonces en nuestro viaje.

Mientras los mosquitos se nos comían vivos oímos cantar a nuestras espaldas a un zorzal alirrojo (Turdus iliacus), que se hallaba posado en la rama de un pequeño arbusto perteneciente a un jardín. Pero no le prestamos mucha atención a esta interesante ave, porque frente a nosotros, en el fiordo, bandos de gaviotas y anátidas nadaban, volaban, caminaban perezosamente en islotes o por las orillas. Las anátidas eran nada más y nada menos que haveldas (Clangula hyemalis), éiders (Somateria mollissima) y serretas grandes (Mergus merganser). Las gaviotas eran gaviones (Larus marinus) y argénteas. Y sobre ellas algunas lechuzas campestres (Asio flammeus) surcaban los aires, patrullando unes bosques situados en la orilla contraria del fiordo (que en este punto está bastante cerca de la orilla norte). A pocos metros de nuetra posición, los ostreros (Haematopus ostralegus) buscaban moluscos entre las guijarros.

Dani destapándose la cara para la foto a pesar de los mosquitos.
Era medianoche. Los mosquitos dificultaban enórmemente la observación. Se lanzaban a la cara por decenas. Gastamos mucho esprai repelente.
El fiordo de Varanger.
Eiders comunes (Somateria mollissima) y serretas grandes (Mergus merganser).
Otra vista del fiordo.

No se puede describir con palabras la sensación que tuvimos durantes aquellos minutos que duró la observación de aquella comunidad faunística tan distinta a la nuestra. Mientras miles de mosquitos hacían lo imposible por picarnos y por evitar que echáramos vistazos a través de los prismáticos o de los telescopios nosotros nos hallábamos casi en un estado de embriaguez motivado por el avistamiento de aquellas aves.

Sí, estábamos definitivamente en Varanger. La tierra de las mil maravillas árticas. El confín de Europa.

Sin embargo debíamos descansar. Llevábamos casi 20 horas de actividad naturalística prácticamente ininterrumpida. Tan sólo los desplazamientos en coche (e incluso en ocasiones ni siquiera eso) nos obligaban a guardar los prismáticos.

Finalmente tomamos la decisión de acampar. No muy lejos de allí encontramos un lugar adecuado para plantar la tienda de campaña, y nos dispusimos a dormir por fin, acolchados en la blanda vegetación de la tundra, arrullados por la suave brisa marina, y escoltados por los abundantes renos que pastaban a sus anchas a pocos metros de nosotros.

Parte del paisaje que veíamos desde nuestro campamento.
¡Dani, no lo hagas, no saltes! ¡La tienda de campaña está abajo!
Otra vista desde el lugar en qué acampamos. El mejor suelo para dormir.
Nuestra tienda.
El acogedor interior. Luz suave, colchón mullido y naturalistas agotados: gran combinación.

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