La amistad de un verdecillo.

Casualidad. No casualidad.

El 8 de marzo de este año 2010 cayó una gran nevada en Barcelona, ciudad en la que resido.

Por la tarde, mientras disfrutaba de la tormenta de nieve, observándola desde la seguridad que me daba mi pequeña tienda de la calle Entença, vi como un pequeño pájaro huía de los copos y buscaba cobijo en la gran puerta de un párking situado frente a mí.

Al cabo de unos minutos decidí cruzar la calle y echar un vistazo por si el ave todavía se hallaba en aquel lugar. Y allí seguía. Un pequeño macho de verdecillo (Serinus serinus) miraba la negrura de la pared en un rinconcito de la rampa del acceso al párking, en el mismo suelo. Lo recogí sin dificultad y me lo llevé a la tienda.

Tras darle un poco de calor con las manos lo deposité en el fondo de una caja de cartón. Poco después cerré el comercio y ascendí los peldaños que conducían a mi cercana casa. Mi pequeño hogar no da para mucho, pero sí es suficiente para albergar a un loco ornitólogo-informático-heavy y a un pequeño verdecillo.

La fría noche pasó entre vientos helados y oscuridades varias, hasta que finalmente el sol asomó a la mañana siguiente, tarde, pasadas las ocho.


Liberé al afortunado pájaro en mi balcón, que da al patio interior de esta típica manzana de l'Eixample Esquerra, lugar en el que crecen algunos árboles, sobreviven otras aves y algún avezado mamífero.

"Mi" verdecillo voló, alejándose, y buscó reposo sobre una persiana recogida de un balcón lejano. Se equivocó, pues allí tocaba la sombra. El sol refulgía en la pared algunos metros más arriba.

Mi distracción de un segundo para atender a saber qué necesidad fue suficiente para perder al ave, pues tras volver mis ojos escrutadores de naturalista hacia aquella persiana solo vi un vacío dónde segundos antes descansaba el fringílido. Había volado hacia otro destino.

¿Y por qué este relato de tan nimio interés? Resulta que hace poco fue un 23 de julio, y resulta que este 23 de julio de este mismo año 2010 del que hablo me hallaba yo en el balcón de mi casa disfrutando de unos minutos de relajación ante el imperante sol veraniego, cuando oí cantar a un verdecillo, como ya había oído a muchos durante toda la primavera, pues su presencia es frecuente aquí.

Pero éste en concreto se acercó volando y se posó muy cerca de mí, observándome, como nunca antes lo había hecho una de estas aves. Cantó de nuevo, y yo imaginé, e incluso creí, que era el mismo pájaro al que salvé la vida cuatro meses atrás, que me reconocía y venía a darme las gracias.

No sé si es así, pero me gusta pensar que en efecto eso fue lo que ocurrió.

Como científico y naturalista sé que es poco probable, pero también sé que los animales siguen asombrándome tras más de treinta años observándolos. Quizá esté mintiendo y no me asombre realmente, pues precisamente como sé que pueden sorprenderme, ya espero que siempre lo hagan.

Tal vez sepamos mucho sobre la biología de los seres vivos, pero también seguimos ignorando muchas cosas. Me da en la nariz que, como dijo algún sabio, las aves continúan sin saber leer libros.

Comentarios

  1. Pues para ser lo primero que leo de tu Blog, se me ha hecho un nudo en la garganta.
    Yo si creo que pueda ser el mismo ¿porqué no soñar?.
    Saludos, Marga

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  2. Me alegro mucho de que te haya gustado Marga, ¡un abrazo!

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  3. Aún creo recordar cuando nos contaste a Mertxe y a mi tu "salvamento pajaril", incluso recuerdo la foto que muestras y la verdad, yo también creo que el que te visitó posteriormente era el mismo, agradecido por tus cuidados y protección cuando más lo necesitaba.

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