Viaje al Atlántico: Canarias y Salvajes, parte 2.

Domingo, 5 de septiembre del 2010: a las 8 de la mañana, partiendo de las cercanías del Mirador de Jardina iniciamos la exploración de un estrecho sendero flanqueado por enormes chumberas. El paisaje es seco y cálido y la vegetación escasa. El camino nos conduce hasta las ruinas de una antigua casa, situada en una especie de cornisa por la que corretean numerosos lagartos tizones.

Bajo ella el monte cae a pico hasta un valle de laurisilva. Más arriba también las montañas cubiertas de bosque y nubes que los lamen nos observan a nosotros.

Fue una jornada memorable. Por el trayecto pudimos sorprender posada a la subespecie canaria del gavilán cómún (Accipiter nisus granti). Desde su oteadero buscaba una presa adecuada: el ave estudia a las pequeños pajarillos que transitan por la reseca ladera (canarios, mosquiteros, herrerillos...). Finalmente escoge a una víctima y desaparece de nuestra vista a una velocidad espectacular.

Gavilán común (Accipiter nisus granti)

No tengo apenas conocimiento sobre la avifauna canaria, básicamente el que he adquirido estos últimos meses mientras preparaba este viaje. Pero quizá no me aventuro mucho si afirmo que mucho debe temer el audaz gavilán al terrible halcón de Tagarote (Falco pelegrinoides). En aquel lugar pude bimbar a esta maravillosa ave de la mejor de las maneras posibles.

Pero no adelantemos acontecimientos. Primero quiero mencionar aunque sea de pasada al hermoso bosque de laurisilva. Se trata de un ecosistema único y frágil. Su extensión en la isla se ha reducido enormemente, y su importancia está fuera de toda duda: es el habitat entre otras especies de las raras paloma rabiche (Columba junoniae) y paloma turqué (Columba bollii).

Desde mi posición privilegiada en lo alto de aquella pared vigilaba yo las copas de los árboles cuando fui premiado con la aparición de ambas especies. Una y otra vez algunos ejemplares sobrevolaban aquella alfombra verde durante unos segundos, apareciendo inesperadamente en un punto del dosel forestal y desapareciendo en otro, como si nunca hubieran estado allí.

Pero finalmente, armado de paciencia, pude llegar a contemplarlas paradas: unas pocas palomas se detuvieron para alimentarse en una de las copas y me dieron incluso la oportunidad de fotografiarlas (en una próxima entrada del blog mostraré algunas imágenes).

Sin duda aquel era un buen lugar para disfrutar de la riqueza ornítica tinerfeña.

De vez en cuando Cristina y yo observábamos el cielo. Nos quedábamos embelesados por el vuelo de los vencejos (Apus unicolor). En ocasiones volvíamos a ver a nuestro amigo el gavilán, y a veces también algún cernícalo (Falco tinnunculus canariensis). Pero buscábamos al halcón. Y vaya si apareció. Un precioso ejemplar nos sobrevoló un buen rato, muy cerca al principio, ganando altura después. Un alboroto a mi izquierda me llamó la atención. Un bando de palomas domésticas (Columba livia) surgió de la nada, como había surgido el halcón, y sobrevoló los árboles más cercanos, cuando de repente un proyectil viviente atravesó al grupo arrastrando tras él una lluvia de plumas sueltas.

En aquel momento pensé que el halcón había fallado la caza. Pero una foto posterior parece mostrar que la rapaz había conseguido su pitanza.

Halcón de Tagarote (Falco pelegrinoides)

La curiosidad del ornitólogo a veces parece no tener límites, y aún extasiados con la visión del halcón nosotros queríamos ver las palomas turqué y rabiche más de cerca. Así que decidimos adentrarnos entre los árboles para descender un poco hacia el valle, en busca de un mirador que superara al que ya habíamos encontrado. El pequeño sendero que nos había llevado hasta allí penetraba en el bosque y se bifurcaba poco después. Exploramos los dos caminos en la medida que el tiempo (teníamos una isla por explorar) nos lo permitió. La senda superior ascendía por la ladera de la montaña; la inferior bajaba hasta el valle.

En la espesura disfrutamos de observaciones cercanas de la subespecie canaria del petirrojo (Erithacus rubecula superbus) y de los preciosos pinzones (Fringilla coelebs tintillon) y reyezuelos (Regulus teneriffae), además de mosquiteros y herrerillos. Pero no vimos a las palomas. Así que nos conformamos con lo que teníamos y deshicimos el camino. Salimos del bosque y nos volvimos a encontrar junto a las ruinas, los lagartos tizones y el suelo seco maltratado por el sol.

Puesto que la jornada terminaba y no había tiempo para aprovechar las horas restantes de luz en otro lugar decidimos disfrutar hasta tarde de la vista que nos ofrecía nuestra preciada atalaya.

El viento sopla con fuerza, las nubes lamen la laurisilva y resbalan sobre ella, pero el cielo resplandece azul en lo alto.

A última hora del día pusimos rumbo al Teide, nuestro objetivo para la mañana siguiente.

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