Subidón y bajón

12 de octubre del 2020

Le prometí a Mari, mi pareja, que hoy no iría a ver pájaros. Tenemos que hacer cosas en casa (como limpiar; también he de estudiar, he de entregar una práctica de la universidad el próximo jueves y ni siquiera he empezado a hacerla).

Se lo prometí porque ayer me pasé todo el día pajareando. Comencé muy bien en el Pla de Reixac con terrera común, alondra, bisbita arbóreo... luego visité la laguna de Mas Duran, muy cercana, con nada destacable. De allí me fui a la Llagosta, a buscar (sin éxito) un mosquitero bilistado que había sido visto aquella misma mañana en la confluencia de la riera de Caldes con el Besòs. No vi el mosquitero pero sí un torcecuello y un zorro bicolor (rojo/gris) que me compensaron. Terminé la jornada en mi querido Espinal, y el esfuerzo fue premiado con una hembra adulta de aguilucho pálido. Todos estos lugares están en la provincia de Barcelona.

Después del gran día de ayer, como decía, prometí que hoy no saldría al campo. Pero...


Son las 9:32 de la mañana.

Mientras me tomo el café matutino me llega la noticia por Whatsapp. Xavi Escobar sabe crear suspense, y va dejando pistas sobre lo que alguien acaba de encontrar en Can Dunyó (una laguna a unos veinte minutos de mi casa), mientras nos anima a ir calentando los prismáticos y a poner las llaves en el coche. Finalmente lo suelta: Alfons Hernández ha fotografiado un herrerillo azul (Cyanistes cyanus).

Al principio no lo entiendo del todo. He leído un herrerillo azul (aunque a mí me gusta más llamarlo herrerillo ciáneo), pero mi cerebro no procesa la información. ¿Es una broma? Xavi ya ha dicho el lugar, pero a través del móvil repito preguntas. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Hoy? Mis neuronas arden, pero acaban encajando las piezas: herrerillo ciáneo-Can Dunyó-ahora.

Todos mis planes se van al traste. No voy a poder estudiar ni limpiar, hay que ver qué mala suerte que tengo.

Mari duerme todavía. Ha pasado mala noche. A las cuatro de la madrugada, tras varios intentos desesperados por conciliar el sueño, había decidido levantarse y ponerse a trabajar con el ordenador. Yo me había despertado a las ocho y nos habíamos cruzado por el pasillo. Se había metido en la cama para hundirse por fin en un profundo sueño.

¡Qué dilema! Quiero ir a ver al herrerillo pero pienso que quedaría muy feo marcharme sin avisarla. Puedo dejarle una simple nota, pero me doy cuenta de que tal vez ella no comprenda mi necesidad de romper la promesa de aspirar el suelo y pasar la fregona. La emoción y los nervios no me dejan pensar con claridad. Decido que lo mejor será despertarla para explicárselo directamente. Me parece que es una gran idea.

Resulta que no lo era. Me suelta unas cuantas palabras que no comprendo, algo sobre nosequé de despertarla. Me disculpo varias veces mientras huyo de la habitación sin entender exactamente todo lo que me dice, mi cerebro solo piensa en el herrerillo.

De manera atolondrada preparo el equipo. Lo mejor es no perder tiempo en hacer bocadillos. Agua sí cojo, pero puedo aguantar horas sin comer (y de hecho sin beber también, pero el agua la cojo, tampoco hay que ser tan extremista). Nina, mi perra, me acompañará. Pero mientras preparo los prismáticos, la cámara, el telescopio, el trípode, papel, bolígrafo... sus ojos suplicantes contemplan escandalizados que no pongo nada de comida en la mochila. Decido que al menos ella sí tiene derecho a comer, la pobre. Al final me cojo una mandarina para mí también. En un arranque de genialidad robo unas galletas recubiertas de chocolate que sin duda soportarán muy bien el paseo bajo el sol y el fuerte calor que hace hoy, a pesar de estar ya entrado el otoño.

Me pierdo tres veces con el coche.

Resulta que nunca he estado en Can Dunyó y pido ayuda por Whatsapp. Me mandan una ubicación equivocada. Lo descubro tras hacer marcha atrás para no meterme en un camino privado y tras dar un rodeo acabando en un camino de cabras que no tiene mucha pinta de laguna. Un amable corredor (perdón, un runner) me dice que por ahí mejor que no me meta. Me pregunta si me he perdido. Le digo que sí pero que ya está solucionado, gracias.

En efecto, un segundo Whatsapp me da la información correcta. Conduzco arriba y abajo y tras unos cuantos kilómetros ya huelo a herrerillo ciáneo. Pero antes de saborearlo debo deshacer el camino que me indicaba el GPS y que me sugería atravesar con el coche un riachuelo de lo más majo (y de lo más intransitable). La amable voz de la mujer del navegador insiste y me anima a meter el coche en el agua. Pero yo hago oídos sordos a su espíritu aventurero y vuelvo a la carretera tras esquivar a unos caballos. ¡Yeeeehaaaaaa!

Llego a Can Dunyó. Aparco junto a otros coches de ornitólogos: ya hay unos cuantos buscando al pajarillo. Reconozco a algunos y charlo con ellos. El asunto está difícil: cuando lo vieron por la mañana a primera hora el ave voló hacia un bosque cercano. Hacia allí se dirigen las miradas.

Tras una hora de paseos infructuosos decido acercarme a la laguna que es el principal atractivo del lugar. Un pequeño observatorio de madera sirve de punto de encuentro para varios conocidos que circulan por el lugar. Dani Roca, Sergi Arís, Josep Crusafont, Xavi Escobar, Sergi Torné (alias "ornitoloco") y muchos otros desfilan por aquel punto con un único tema de conversación: el herrerillo azul.

Decido rodear la laguna y alejarme unos metros del observatorio. El ave podría estar en cualquier lugar. Pero cuando estoy a unos cien metros de distancia recibo el aviso en el móvil. Acaban de verlo justo en el punto que yo acababa de abandonar. Corro hacia allí, y por supuesto ya es demasiado tarde. Pero soy tenaz y no tiro la toalla.

Resulta que el herrerillo también es tenaz en su intento de esconderse de mí. Hasta en cuatro ocasiones vuelve a aparecer siguiendo la misma pauta: me muevo unos metros para buscarlo y él decide aparecer dónde yo estaba antes. Asi, poco a poco, vamos rodeando la laguna. Uno tras otro, todos los ornitólogos presentes, unas quince personas, aprovechan esas fugaces apariciones para bimbarlo. Al final parece ser que solo quedo yo por verlo.


Foto cedida por Carme Martínez


Desesperado, comienzo a pensar que es una prueba muy dura y que quizá no aguantaré mucho más: llevamos casi cuatro horas bajo el sol, sin sombra, y hace mucho calor. Me he olvidado mi sombrero de paja en el maletero del coche (de hecho no he pensando en él en toda la mañana). Estoy cansado y acalorado. Le mando un Whatsapp a Mari para decirle que ya regreso a casa. Y ella me anima a quedarme buscando al pájaro, a seguir intentándolo, porque sabe que para mí es muy importante. Si es que en el fondo es una buenaza.

Tampoco he comido nada. Al final devoro la mandarina. Las galletas han decidido derretirse formando una amalgama marrón y negra bastante pegajosa y decido no tocarlas. Nina se come su pienso con resignación al comprobar que no hay nada más. Ha dejado de olisquear a los demás en busca de bocadillos.

Y al final. cuando ya me voy a rendir, cuando pienso que he perdido horas que podría haber aprovechado para hacer muchas otras cosas, cuando decido que hay que saber decir basta, cuando creo que ahora sí, pero que ahora sí que sí, que de verdad voy a marcharme (no como todas las anteriores veces que también había decidido irme)... al final  aparece el herrerillo azul. Se deja ver muy bien y muy cerca, y podemos fotografiarlo entre los "ohhh" y los "ahhh" del público presente.



Tan cerca está y tan buenas fotos podemos sacarle que conseguimos la prueba que nos despierta de nuestro ensueño. Alguien dice en voz alta:

- Tiene anilla.

Esas palabras caen como un mazazo. El pajarillo lleva una anilla de plástico negro, y eso solo significa una cosa: no es salvaje. Es de origen doméstico. Escapado de alguna jaula.

Subidón y bajón. En un instante, por culpa de una buena foto se revela la verdad y todos pasamos de gozar del bimbo del año a tener que viajar a Rusia para marcar esta especie en nuestras listas.



No todo es malo. El ave sigue siendo preciosa y es un disfrute verla en directo. Y al llegar a casa recuerdo que tengo una familia que me quiere y que desean pasar la tarde conmigo jugando a las cartas y riendo, y así lo hacemos.

La limpieza de la casa se deja para otro día, y los estudios también. Seguro que no es el mejor ejemplo a seguir, pero recordad amigos míos que vida solo hay una y que hay que hacer las cosas que nos gustan, porque son las que nos hacen realmente felices. Y siempre me quedarán el café y las noches para acabar la práctica antes del jueves.

Comentarios

  1. Muy chula la entrada 😊
    Que día tan intenso.
    Yo no conseguí verlo, me fuy y volví a la tarde aún sabiendo que el pájaro en cuestión era un escape. Y después de disfrutar del resto de la a fauna, en el último momento nos pasamos la pajarera/bichera Nuria Abad y yo al mirador. Que sorpresa cuando se nos posó delante, a unos 12 metros durante un minuto. Que bonito es.....

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  2. ¡Muchas gracias Diego! Es cierto, es un pájaro tan bonito que merece la pena la observación. Durante unos segundos puedes dejar volar la imaginación y creer que estás muy lejos de aquí. Gracias por el comentario, un abrazo.

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  3. Hola Jordi,por fin he visitado tu blog,solo puedo que felicitarte,es de lo más ameno.Me he reído con esta última aventura,la vida del ornitólogo es muy dura...a veces.��

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. He eliminado mi propio comentario... Qué inútil, jaja. Decía que gracias y que me alegro de que te haya gustado. En efecto, la vida del ornitólogo es dura. Y la del entomólogo. :)

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