Crónica del viaje a Finlandia y Noruega en el año 2007 (parte 1)

Inicio aquí una serie de entradas dedicadas a relatar la espléndida e inolvidable experiencia que la Ornitosecta al completo (Dani, Cristina y yo) vivió en el mes de julio del año 2007.

Fue en el año 2006 cuando nos planteamos nuestro primer gran viaje estando los tres juntos (y en mi caso concreto, mi primer gran viaje, punto). La decisión fue fácil: los tres queríamos ver el norte, el sol de medianoche, sentir el clima polar, conocer aquella cultura... y por supuesto, ¡observar su fauna!

Personalmente no creo en las reencarnaciones, pero si éstas fueran reales, en ese caso estoy convencido de que en alguna de mis vidas pasadas habité en aquellas tierras, como guerrero vikingo, o como pescador, o nómada... Me atrae mucho el frío y las altas latitudes. Siento algo especial en mi interior cuando pienso en aquellas tierras. Y la perspectiva de este viaje se me presentaba como un regreso a un hogar que de hecho nunca he pisado.

Nos reunimos a primeros del 2007 para reservar los billetes de avión y para trazar un posible itinerario, de manera que pudiéramos ver el máximo de ambientes, de aves y de territorio en unos diez días de expedición.

Tomamos la siguiente decisión: volaríamos hasta Vantaa (el aeropuerto cercano a Helsinki), justo en el extremo sur del país, alquilaríamos un vehículo y viajaríamos por carretera atravesando Finlandia (Suomi en su idioma, que por cierto me encanta) siguiendo los territorios del oeste, pasando por Oulu y Rovaniemi, hasta llegar a la frontera con Noruega en el extremo norte del país. Entraríamos en el país vecino para dirigirnos a la península de Varanger y explorarla. Regresaríamos por el mismo camino hasta la frontera, para entrar de nuevo en Finlandia y descender hacia el sur esta vez por los territorios del este (Kuusamo), hasta llegar de nuevo al aeropuerto de Vantaa.

En diez días se podía hacer. Sobre la marcha podíamos acelerar o frenar nuestro avance, pero teniendo en cuenta el paso que tenemos los ornitólogos cuando miramos aves (creo que una vez me adelantó un caracol), cabía esperar que tuviéramos que forzarnos a avanzar para cumplir el calendario marcado. Podríamos sentirnos como Phileas Fogg, aunque a una escala más reducida: él perdería una gran suma si no daba la vuelta al mundo en 80 días. Nosotros perderíamos también mucho dinero si tardábamos más de diez días en regresar al aeropuerto, ya que al no aprovechar nuestro billete de vuelta deberíamos comprar otro.

En la próxima entrada daremos paso al inicio del viaje en sí.

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