Israel: 22-03-2022, enanitos en el km. 94

22 de marzo del 2022.

Era martes y nos levantamos a las 4 de la madrugada. Comenzaba una de las jornadas más apasionantes -y largas- que íbamos a vivir en Israel. Madrugamos tanto porque queríamos visitar el mar Muerto, situado a unos 170 kilómetros de distancia de Eilat, pero además queríamos realizar alguna parada por el camino. La primera, en el kilómetro 94 de nuestra querida carretera 90.

El día anterior informaron a Ferran, nuestro guía, del reciente avistamiento en aquel punto de un ejemplar de alondra árabe, ave que algunos autores reconocían como especie nueva -separada de la Alondra de Dunn, Eremalauda dunni-, y a la que habían asignado el bonito nombre de Eremalauda eremodites. La posibilidad de verla era suficiente motivo para que intentáramos llegar allí al amanecer para aprovechar mejor el tiempo del que disponíamos.

Desayunamos en nuestro habitual supermercado/panadería, que a esas horas ya estaba abierto. Recordé los problemas que tuve el día anterior con el viento y mi larga melena.

Una vez le preguntaron a Conan, el bárbaro, qué era lo mejor de la vida. Un hermanastro suyo se adelantó y contestó:

- La extensa estepa, un caballo rápido, un halcón en tu puño y el viento en tu cabello.

El patriarca, que había formulado la pregunta, tuvo que corregirle.

- ¡Mal! ¿Conan, que es lo mejor de la vida?

Esta vez sí contestó el bárbaro, y dijo lo siguiente:

- Aplastar enemigos, verles destrozados y oír el lamento de sus mujeres.

Estas palabras levantaron la admiración -y la aprobación- de todos.

Tal vez no sea, hoy día, la respuesta más políticamente correcta. Pero en algo tenían razón: por muy épico que sea dejar que la brisa haga ondear tus cabellos, al final acaba siendo un engorro. El día anterior tuve que sufrirlos revoloteando sueltos ante mis ojos y los prismáticos y haciéndome cosquillas en la cara y en la nariz. Así que pregunté en la tienda si tenían gomas para sujetar el pelo. No tenían, o tal vez no me entendieron. Habría que buscarlas en otro lugar y de momento soportar las molestias.

Llegamos al kilómetro 94 pasadas las seis de la mañana. En algún momento durante el trayecto descubrí que Mustapha, la canción de Queen que se me había colado en la cabeza el día anterior, seguía ahí.

Mustapha Ibrahim, Mustapha Ibrahim

Allah, Allah, Allah will pray for you...

El verso irrumpía una y otra vez en mis pensamientos aunque yo no quisiera. No me quedaba otra que tener paciencia y esperar que se fuera por sí solo. Yo sabía que desaparecería -aunque solo fuera una tregua temporal- en cuanto apareciera el primer pájaro.

Amanecer en el desierto.

Aparcamos en la cuneta. Ferran nos informó que no podíamos alejarnos mucho porque se trataba de una zona de acceso restringido ya que de vez en cuando se hacían maniobras de fuego real. Nos tranquilizó diciéndonos que si no nos separábamos mucho de la carretera no pasaría nada. Todos nos relajamos  ante estas palabras. Sin embargo decidí no quitarle ojo al cielo por si un avión militar decidía bombardearnos.

Resultó que no aparecieron soldados ni por aire ni por tierra. Tampoco lo hizo la alondra árabe, pero sí otra especie que para mi gusto, fue un premio aún mayor que aquella.

Cuando ya regresábamos a las furgonetas vi durante una fracción de segundo un pajarillo que se escondía al pie de unas matas. Se lo comenté a Ferran y automáticamente observé que saltaban en él todas las alarmas.

Se aproximó lentamente al punto que yo le había señalado y, en efecto, le saltó algo de los pies. Se fue volando (el pájaro, no Ferran) hasta un arbusto cercano. Mientras se alejaba pude verle muy bien una cola con tonos rojizos. Se trataba de una curruca desértica oriental (Sylvia nana) o, como se la denominaba antes, una curruca enana, nombre que, por supuesto, me encanta. Ferran me explicó, sonriente, que aquel comportamiento (moverse por el suelo y en la base de los matojos) era característico de esta especie.

Si es que no hay nada como conocer bien las costumbres de las aves.

Curruca enana o curruca desértica oriental (Sylvia nana), bimbo número 42.

Debo confesar que me sentí orgulloso de haber podido contribuir a hallar un pájaro que aún no había aparecido durante el viaje, más teniendo en cuenta que aquel ejemplar se portó muy bien y pudo ser disfrutado por todos a través de los telescopios.

La visita a aquel lugar se saldó con unas cuantas aves interesantes más, como la collaba desértica (Oenanthe deserti), la curruca mirlona oriental (Sylvia crassirostris) o la terrera sahariana (Ammomanes deserti).

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