Israel: 22-03-2022, Reserva Natural Nahal Sheizaf

Contentos con nuestra observación de curruca enana, reemprendimos la marcha hacia nuestra siguiente parada: la Reserva Natural Nahal Sheizaf, situada más al norte, bastante cerca ya del mar Muerto.

Se trata de una planicie alargada plagada de acacias y arbustos espinosos al más genuino estilo africano.  La atravesaba un wadi, el lecho seco de un río que se inunda únicamente cuando llueve. La presencia esporádica de agua permitía una cierta riqueza vegetal, lo cual, a su vez, atraía a las aves.

El wadi.

El objetivo principal de esta visita era hallar la rara curruca árabe (Curruca leucomelaena). Este pajarillo de cabeza muy oscura, garganta y partes inferiores blanquecinas y dorso grisáceo era escaso y tímido, y encontrarlo requería de toda nuestra atención. Nada más llegar ya pudimos comprobar que el paseo prometía, pues poco después de apearnos de los vehículos nos llevamos una grata sorpresa al descubrir una segunda curruca enana (Curruca nana), después de la que habíamos detectado a primera hora de la mañana en el kilómetro 94. Además observamos también suimanga palestino (Cinnyris osea), curruca de Rüppell (Curruca ruppeli) y prinia desértica (Scotocerca inquieta).

Curruca de Rüppell (Curruca ruppeli)

La prinia desértica me interesó. Durante las jornadas anteriores -y las horas ya transcurridas de aquella mañana- yo había seguido al pie de la letra mi máxima de no separarme de Ferran, nuestro guía. Pero resultaba que hasta aquel momento yo aún no había visto en buenas condiciones esta especie, y por lo tanto no la daba aún como bimbada, así que seguí a aquel ejemplar que había aparecido frente a nosotros al inicio de nuestra marcha. La avecilla, nerviosa e incansable, no parecía querer detenerse jamás. A pesar de todo, armado de paciencia y tenacidad, finalmente conseguí quedar bastante satisfecho y anotarme el bimbo número cuarenta y tres.

Comprobé en aquel momento que el grupo de ornitólogos se había separado bastante, y que tenía  personas caminando aisladas o en parejas a un lado y a otro. A mi izquierda, a unas decenas de metros de distancia, Ferran y Mireia estudiaban atentamente un arbusto y, justo mientras estaba mirándolos -y pensando que debería aproximarme a ellos por lo que pudiera pasar- hicieron un gesto muy eminente para avisarnos a todos. No podían gritar mucho, por supuesto, porque habían encontrado una curruca árabe y podían asustarla.

Todos corrimos hacia allí. Al llegar junto a Ferran, éste nos explicó que el ave había volado un poco y se había ocultado entre los arbustos pero que estaba localizada. Miramos entusiasmados en la dirección que nos señalaba. Pero a medida que pasaron los minutos la emoción fue desapareciendo, se enfrió mi fervor y se apoderó de mí el pesimismo. Aquel ejemplar había desaparecido.

Los afortunados que habían llegado antes que yo pudieron verla ni que fuera fugazmente, pero a mí se me escapó. Recorrimos el resto de la reserva buscando más aves. Vimos mosquiteros orientales, turdoides árabes, collalbas colinegras, abejarucos esmeralda, perdices desérticas... pero no apareció ninguna curruca árabe más. Ferran nos animó anunciando que haríamos algún intento más antes de terminar el viaje. Craso error haberme separado de él, error que no pensaba repetir a partir de aquel momento.

Abejaruco esmeralda (Merops cyanophrys) posado en una acacia.

Abejaruco esmeralda (Merops cyanophrys).

El espectacular suimanga palestino (Cinnyris osea). Me encanta su nombre en inglés: Palestine Sunbird.

Turdoide árabe (Argya squamiceps).

Pudimos oír, en la lejanía, algunos ejemplares de ganga moteada (Pterocles senegallus) que por desgracia no pudimos ver. Finalmente, decidimos deshacer nuestros pasos y regresar a los vehículos. Echamos un vistazo a las cercanías del punto donde habíamos aparcado y esto nos reportó una observación de una terrera sahariana (Ammomanes deserti) y el hallazgo de una liebre del Cabo (Lepus capensis) que, al parecer, había aguantado camuflada hasta que estuvimos muy cerca. Asustada, salió disparada y se alejó corriendo a la pasmosa velocidad a la que se mueven estos animales. Al cabo de unos pocos segundos había desaparecido.

Hubo una especie más que pudimos añadir a la lista: Ferran nos comentó que aquel puntito lejanísimo que se veía a través del telescopio y bajo una reverberación enorme era una collalba núbica (Oenanthe lugens). Sin embargo, no la di por bimbada. A aquella enorme distancia para mí tanto podría haber sido una collalba núbica como el culo de un camello.

Collalba colinegra (Oenanthe melanura)

Terrera sahariana (Ammomanes deserti). No es mi mejor foto, pero algo se ve.

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