Israel: 22-03-2022, los estorninos de Tristram y llegada al Mar Muerto

Tras visitar la Reserva Natural Nahal Sheizaf volvimos a los vehículos y reemprendimos la marcha. Hicimos una parada en una gasolinera para aprovisionarnos de comida y bebida para todo el día, ya que no sabíamos en qué puntos (despoblados y sin posibilidad de comprar nada) nos íbamos a encontrar en cuanto llegara la hora de comer y cenar. En el aparcamiento había unas palmeras en las cuales descansaban varios estorninos de Tristram (Onychognathus tristramii). Aunque yo había visto (mal y de lejos) un ejemplar días antes, aquel fue el momento en el que la mayoría del grupo los vio por primera vez.

Reanudamos la ruta. La siguiente parada fue la laguna de Dalit, un auténtico vergel que estaba a rebosar de aves acuáticas. Una placa abandonada en el suelo informaba, sin embargo, de que nos hallábamos en un lugar peligroso: el terreno estaba minado. Sufrí un poco pensando que si poníamos los pies en el sitio equivocado, el viaje podría acabar en tragedia.

¡Minas!

Laguna de Dalit

Por suerte nadie salió volando. No estuvimos allí más que unos veinte minutos, pero fueron suficientes para realizar el bimbo número cuarenta y cuatro, el carricero estentóreo (Acrocephalus stentoreus). Se hallaba un poco lejos, pero pude echar un vistazo a través de uno de los telescopios y observarlo más o menos bien durante algunos segundos. Me di por satisfecho. No pensaba que pudiera esperar mucho más de un pájaro marrón que tiene por costumbre esconderse entre el carrizo.

Durante aquel rato conté un total de veinte especies diferentes. Además del carricero mencionado había también cercetas carretona y común, porrón pardo, avión isabelino, abejaruco esmeralda, cigüeñuela, zampullín común, golondrina dáurica, aguilucho lagunero... pero ni rastro de otro de los objetivos del viaje: la subespecie madagascariensis del calamón común (especie por derecho propio según algunas listas). A esta preciosa ave, de buen tamaño, de cuerpo azul, espalda verde musgo y pico rojizo, le tenía bastantes ganas y la estuvimos buscando, pero sin suerte.

Dejamos atrás la laguna de Dalit y avanzamos un trecho más hacia el norte. Apareció finalmente ante nuestros ojos el espectacular Mar Muerto. No se le ha dado ese nombre por razones gratuitas: está tan saturado de sal que apenas contiene vida. Pero parecía que además le pegaba perfectamente también por otros motivos: sin una brizna de aire que lo moviera, no se apreciaba en él ni una sola ola. Estático y con tintes verdosos, semejaba una gigantesca plancha metálica abandonada en el desierto.

Aparcamos junto a la entrada del Wadi Salvadora -una abrupta ascensión hacia las montañas vecinas-, donde nos dio la bienvenida un comité formado por un auténtico pelotón de voraces estorninos de Tristram, los cuales, tal vez habituados por los turistas, no se cortaban ni un pelo -o pluma- en pedir comida y cogerla prácticamente de nuestras manos.

En el cielo aparecieron algunos ejemplares de cuervo colicorto (Corvus rhipidurus), especie que se convirtió en el bimbo número cuarenta y cinco y al que también le tenía ganas. Me encantó observarlo, puesto que era de fácil identificación. No sé si será vagancia u otra cosa, pero disfruto con las identificaciones que apenas requieren esfuerzo: me gustan las aves muy diferenciadas.

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