Brasil 2017, final: el viaje no ornitológico que fue ornitológico.

24 de agosto de 2017. Es mi cumpleaños.

Nos despertamos en el hotel de Porto Alegre. Sílvia me canta en varios idiomas:

Anys i anys... per molts anys...
Cumpleaños feliz... cumpleaños feliz...
Feliz, feliz en tu día...
Parabens pra vocé... parabens pra vocé...
Happy birthday to you...

Su repertorio parecía interminable. Hasta el "Cumpleaños feliz" de Parchís me cantó. Así de querido me desperté por la mañana y, claro está, no pude evitar comenzar la jornada con una sonrisa de oreja a oreja en el rostro.

Tal vez fuera porque estábamos nerviosos por ser el penúltimo día en Brasil, tal vez fuera por las prisas por bajar a desayunar... el caso es que Sílvia perdió su móvil. Lo buscamos y rebuscamos por toda la habitación. Y cuando ya estábamos a punto de denunciar el robo al personal del hotel finalmente apareció en una de las maletas.

Pasado el minisusto, yo activé el modo Mr. Bean y pensé que era buena idea meter la pata un poco más. Así que cerré mi maleta una décima de segundo después de percatarme que había dejado dentro las llaves que la abrían. Sonó el clic del cierre, ya demasiado tarde para hacer nada.

Un amable trabajador del hotel se encargó de abrir la maleta y rescatar las llaves. Le di diez reales de propina y le informé de que era mi cumpleaños.

Así de movido había comenzado el día.

Tras desayunar salimos de nuestro hotel, el Intercity, y nos dirigimos a la playa de Ipanema (nada que ver con la Ipanema de Río de Janeiro), junto al barrio de Tristeza, en el mismo Porto Alegre. Por el camino nos sobrevoló una ardeida que de lejos parecía una gaviota: cola corta, pies que apenas sobresalían, plumas de vuelo oscuras en contraste con las cobertoras claras, aleteos más rápidos que Ardea cinerea... un ejemplar de garza chiflona (Syrigma sibilatrix). Tal vez el último bimbo del viaje.

La playa de Ipanema y Tristeza era una extensión de arena bañada por aguas lisas sin un mínima muestra de oleaje. Un lugar tranquilo. Por supuesto, me puse a buscar aves, y las había.



"¿Puedo mirar los pájaros ya?"


Aunque no cayó ningún bimbo el espectáculo no defraudó. Una barra de arena se adentraba unos metros en los aguas. En ella descansaban garceta nívea (Egretta thula), urubu-de-cabeça-vermelha (Cathartes aura), urubu-de-cabeça-preta (Coragyps atratus),   caracara carancho (Caracara plancus)... además un Chloroceryle amazona (maravilloso nombre) se cernía para intentar pescar algo en las cercanías, y aunque intenté fotografiarlo no conseguí nada decente.

Caracara plancus

Caracara plancus y dos ejemplares de Cathartes aura.

Cathartes aura y una chancleta salvaje, una "avellana" (havaiana).


Chloroceryle amazona

Coragyps atratus

Egretta thula




Otras aves presentes en la zona fueron Pitangus sulphuratus, Vanellus chilensis, Progne calibea, Thraupis sayaca... y palomas domésticas.

Puesto que era mi cumpleaños invité a mis amigos a comer. El resto del día lo dedicamos a dar algunos paseos por la ciudad, durante los cuales pude ver algunos vencejos de tormenta (Chaetura meridionalis).

Nossa Senhora das Dores

Uno de los últimos pájaros avistados en Brasil: una coruja.


Por la noche disfrutamos de una velada muy especial. Habíamos quedado con Mauri (la prima de Henrique) para cenar en The Raven (el cuervo), un restaurante oscuro, con aspecto de taberna, una atmósfera de la que estoy enamorado. Parecía estar hecho para mí. Me siento a gusto sentado en buena compañía en la penumbra frente a una mesa de madera. The Raven me evocaba, además de a Poe, a la taberna Spouter de Moby-Dick y a otros grandes momentos vividos en la intimidad de mi mente. Que tuviera nombre de pájaro no hacía más que magnificar el lugar. Aquella noche iba a quedar en mis recuerdos para siempre.

Corrió la cerveza, la comida, la risa, y en un momento de alineación de los astros alguien de mi mesa comenzó a cantarme el "cumpleaños feliz", que, para  mi sorpresa, se tornó rápidamente en un Parabéns pra você coreado por todo el restaurante entero. Sentí que en aquel momento había llegado a la cúspide del viaje. Fue como si me felicitaran no sólo por mi cumpleaños, si no también por haber alcanzado el éxito viendo tantas especies de aves en un viaje que al principio no era ornitólogico pero que al final lo había acabado siendo.

Pero a pesar de los pájaros, descubrí que en el fondo lo que más sentía en aquel momento es que era un hombre afortunado, porque toda las personas que me rodeaban, decenas de desconocidos incluidos, cantaban con el corazón. Nunca antes me había pasado algo así, y sentirme amado de aquella manera fue algo que conmovió mi alma. En realidad no estoy seguro de sí yo era merecedor de tanto. Pero sea como fuere, solo puedo expresar agradecimiento. No importaba que el viaje estuviera terminando. Yo era dichoso por estar con Sílvia, Pili, Óscar y Henrique.

En las puertas del hotel, antes de ir al restaurante, foto de grupo con sabor a despedida.

En The Raven.




25 de agosto del 2017

No hay mucho que explicar. Era nuestro último día en Brasil.

Aprovechamos la mañana para dar un paseo por el parque Farroupilha. Había bastantes aves, bastantes más interesantes que las habituales en los parques urbanos de Barcelona. Vimos horneros correteando por el suelo, cormoranes nadando en los grandes estanques, un ibis acosado por perros y que tuvo que huir hasta alcanzar la copa de un árbol, colibrís, carpinteros, pirinchos... e incluso un Milvago chimachima.

Parque Farroupilha

Coereba flaveola

Colaptes melanochloros

Sílvia y los honeros (Furnarius rufus)

Guira guira

Hylocharis chrysura

Milvago chimachima

Phimosus infuscatus

Volvimos al hotel. Nos duchamos, recogimos nuestras cosas y lo abandonamos. Comimos por las cercanías y pusimos rumbo ya al aeropuerto, donde nos despedimos con amargura de Óscar y Henrique, nuestros anfitriones en Brasil, quienes nos habían llevado por una ruta de 4000 km en la que intentaron mostrarnos todas las facetas del sur de aquel gran país. Habían sido muchas emociones compartidas durante dos semanas y la gran distancia que nos iba a separar a partir de aquel momento impediría que nos volviéramos a ver hasta no se sabía cuándo.

Tras unas cuantas lágrimas y bastantes horas de espera finalmente embarcamos ya de noche. El vuelo transcurrió sin incidentes y regresamos al hemisferio norte. El destino era Lisboa.


26 de agosto del 2017

Pudimos ver un poco la capital portuguesa. Incluso observé algunas aves en el Tajo, río cuya anchura tan cerca de la desembocadura es enorme. Había vuelvepiedras y gaviotas sombrías. Pero el sol era deslumbrante (y el calor terrible), y el suelo blanco no ayudaba precisamente. No tenía gafas de sol, así que caminé medio cegado una buena parte del tiempo.

Vuelvepiedras - Arenaria interpres

No veo nada...

Sonrisas hasta el último día


Comimos bacalao en una terraza mientras Sílvia, gran cocinera y gourmet, se lamentaba de que nos llenaran tanto las copas de vino blanco, donde se calentaba, en lugar de dejarlo en la cubitera enfriándose.

Volamos hasta Barcelona. En el aeropuerto del Prat recogimos el coche de Pili y fuimos los tres a su casa para visitar a su madre, Nina. Cogimos la ronda litoral y pasamos junto al McDonalds.

- ¿Ves? Es verde -le dije a Pili.
- Te la tenías guardada, ¿eh? -respondió.

Pili aprovechó para dejar su maleta y a continuación nos llevó a casa de Sílvia, donde finaliza esta crónica ornitológica.

Termino con este fotón realizado por Pili en São Miguel das Missões. Parece la portada de nuestro nuevo disco.



FIM

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